Protagonista en algo que no es nuestro ( 2 min.)
por
Juan B. Lorenzo de
Membiela
«Y en ese instante experimentamos el hálito frio de una soledad que nos cuartea como mercancía frágil».
Las expectativas creadas a la persona en plena
postmodernidad fueron grandes.
Tras la II Guerra Mundial y aprovechando la
salida de la crisis de 1929, se concibe en
Europa el germen del Estado protector.
Se garantizarán mínimos vitales para evitar la desprotección
de la persona ante circunstancias adversas procurando disipar la angustia
de la incertidumbre.
De aquella idea original hasta
finales del siglo XX y concretamente hasta la crisis de 2007, se fueron ensanchando las garantías, los derechos, las
prerrogativas, las libertades...Cualquier cosa era poca para lograr más bienestar y más legitimación democrática por
medio de votos. Era lo democrático y puede ser lo democrático.
Surge de la autosuficiencia
del hombre un relativismo construido sobre su hedonismo. Que sin embargo no era solidario,
sino excluyente y gregario. Y de una confianza sincera para una convivencia social, fructífera para todos, se tornó opaca a
merced de egoísmos, los de siempre, en todo tiempo y espacio.
De aquellos tiempos
de derechos, en continua progresión y de
aquellos tiempos de obligaciones, en continua destrucción, surgen los
momentos del gran cambio. Porque el
Estado se vio incapaz de sostener una estructura protectora que lo abocaban a
la insolvencia. Y en ese instante experimentamos el hálito frio de una soledad que nos cuartea como
mercancía frágil.
De esos felices años, de aquellas
circunstancias tan propicias, surgió el gran drama. Al hombre como espectador le pareció insuficiente leer aventuras de
otros y sintió la necesidad de tornarse
protagonista de toda novela,
historia, amor, poesía, expedición, combate y travesía. No era suficiente
admirar a extraños y se permitió, en un acto de suprema soberbia, erigirse
en el centro de toda trama.
Y de todo ello crecieron consecuencias. Porque no todos tienen la generosidad para ser héroe en circunstancias adversas, ni amante frente al arcano
del amor, ni el coraje para surcar expediciones
ignotas, ni el don de gentes para ser elegante en tramas
viajeras, ni el saber estar en un
cosmopolitismo…de novela, ni el sutil y profundo lirismo de lo poético. Tampoco
el gesto sincero de quien brinda la mano
ofreciendo ayuda .Aunque tampoco la canalla impostura del cínico, deseo
creer.
Puede pasar la vida y, pasa con
frecuencia, sin más afán que aferrarse a lo cotidiano. Y es en lo
cotidiano en donde o pueden fraguarse combates, aventuras, amores, derrotas,
travesías y poesías de elevado espíritu, aun lo domestico del escenario. O puede
contemplarse el tiempo fugaz como testigo ajeno a toda circunstancia que tambien esto
encierra grandes dosis de bravura.
Me viene en este momento aquel poema,«Adelfos», de Manuel Machado, y de él, estas
dos estrofas:
«[…]En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...,
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos, ¡pero no darlos! Gloria..., ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir[…]».