Cambios fungibles e infungibles en la recuperacion económica ( 3 min.)
Juan B. Lorenzo de Membiela
¿Cuándo acabará la crisis? : Cuando cambie el hombre. Esa es la medida y precio para superar lo que nos ata y arrastra.
Hay dos perspectivas sobre la misma: La paliativa o estrictamente económica, que implica conservar la falta de valores incidiendo en políticas financieras. La etiológica o esencial, que propugna la creación de algo nuevo, un «rinascimento» de un hombre consciente y consecuente de su potencial destructivo pero también creativo.
Una construcción despojada de los vicios y engaños que inoculan a todo quien, persona o institución, frene sus instintos. A cualquier precio, sin que lo digne sea freno y bocado que lacere su ansia.
Es la confrontación de lo civilizado con una barbarie que hoy se viste de etiqueta, como comensal en un mundo globalizado pero atomizado por los excesos y ruinas. Lo uniformado siempre causa impresiones níveas que cautivan a incrédulos.
Se desconfía de la buena fe porque no es creíble ya la palabra. Y en donde no hay confianza solamente cimbrea el interés y la conveniencia, que lo mismo da.
En donde no hay sitio para lo bello y bueno, virtudes infungibles, solamente cabe la compraventa. Como diría Pinchas Lapide, creer en un Dios demostrable no sería ya el Dios de nuestros padres. Sería pura matemática, pura fórmula, pura ideología (Frankl y Lapide, 2005:148-9).No hay lugar para lo que no se comprueba.
Para La Rochefoucauld, todas las enfermedades tienen su origen en las pasiones y angustias del espíritu. (…) Que se extendieron por el mundo a causa de su corrupción, afligiendo a los hombres desde hace tantos siglos (1963:142).
De este parecer también Montaigne: « ¿Por qué nos engañamos? Nuestro mal no procede del exterior; se halla dentro de nosotros, radica en nuestras mismas entrañas, y la causa de que difícilmente alcancemos la salud está en desconocer que padecemos la enfermedad» (Montaigne, 2008:1111).
Nada está escrito en el porvenir y a nosotros compete edificar otro. Cuando un país penetra en lo proceloso del temporal, cabe emigrar; cuando la debacle es mundial la opción es cambiar de modelo. No de un modo convulso, sino serenamente, racionalizando conocimiento y fracaso.
Todo cambio arranca desde la conciencia de cada persona y emerge en la sociedad cuando halla una salida idónea. Lo demás son argucias tan inconsistentes como la niebla. ¿Las revoluciones de la primavera árabe en Túnez, Egipto y Libia han supuesto un cambio de sociedad distinto al que acontece en el resto de países musulmanes?
Y en Occidente, ante el cambio social de la crisis ¿Surgirá un humanismo que no caiga en el extravío del marxismo ni en los delirios de un capitalismo sin ideales? (Maalouf, 2010:235-7). O más aún: ¿se caerá en un neoliberalismo que reduce al hombre a una maquina productiva condicionado a los inputs económicos?
No se vislumbran primicias palpables. Pero sí se constata un desmoronamiento, lento y progresivo, de lo artificioso, producto de política como tecnología social, sin perspectiva humana.
Lo anónimo y lo despersonalizado del poder son notas de lo que ha llamado Lipovetsky, «hipermodernidad ». Lo impersonal del poder abstrae al político de cualquier imagen que es sustituida por técnicas directivas, a veces, tan racionales, que son tributarias de impiedades. Ese anonimato que no permite identificar lo bueno de lo malo y lo excelente de lo peor es propio de sistemas totalitarios (vid. Belonhradsky, 1991:71) aunque en la zozobra poco importa ya adjetivos sino hechos.
Para Václav Havel el sistema, la ideología y el aparato han expropiado al hombre su conciencia, su sentido común y su lengua natural y por tanto, también, su humanidad concreta (1991:72).
Sin duda, el daño moral a las instituciones está hecho y con ello, como dice Beck, las ideas maestras de la comunidad pierden convicción (Beck, 2009:31). Véanse los barómetros mensuales del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 2012 e índices de estudios en años pasados.
El hombre despierta de la ebriedad y el exceso del ayer, enfrentándose a un gran cambio de entidad histórica que no quiso ver. ¿Pero quién quiere conocer sus límites?, como expresó Calderón de la Barca:
« (…)
¡Oh mano del mundo avara!
Si tanto bien nos limitas,
¿para qué, di, nos incitas
a aspirar a más y más,
si lo que despacio das
tan de prisa nos lo quitas? »
Para Ortega, no es obligatorio para una generación poseer grandes hombres: no es obligatorio, es simplemente lamentable. Aunque la vida humana no es más ni menos real, y no deja por ello de tener su figura propia y exclusiva porque sea ilustre o mediocre (2012:126).
En momentos tan intensos como los que vivimos concurren dos sensibilidades sociales que están generando confianza y las dos derivan de las ciencias naturales. La primera es la cooperación entre individuos de una misma especie y la segunda es la conciencia como propio y unitario de la llamada biodiversidad.
En cuanto a la primera, la biología ha demostrado el poder de la individualidad sobre lo general, hasta el extremo de que lo que hoy entendemos como « especie » no es más que una suma de singularidades. Más aún, apunta Morin, los individuos de una misma especie son sujetos diferenciados entre ellos (2008:96), no son clones, ni responden por igual a unos mismos estímulos. Y con toda esa « especialidad» la consideramos como propio.
Hoy esta perspectiva es ampliada pues ha adquirido sensibilidad de que la biodiversidad es un concepto que aglutina conciencia y materia que fundamenta lo sostenible.
El concepto de sostenible se ha implementado en la sociedad occidental como sesgo de modernidad, y ello ha incidido en actitudes conservacionistas hacia todo y hacia todos. Se ponderan los rasgos culturales y característicos de cada nación y se desarrollan políticas económicas protectoras y no destructivas. En la variedad encuentra fundamento nuestra singularidad e independencia.