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domingo, 2 de noviembre de 2025

Non cogito, ergo fruor

Non cogito, ergo fruor

 

Juan B. Lorenzo de Membiela

 

Fuente: Wikicommons

En la festividad de Todos los Santos que hemos celebrado, vemos los cambios continuos en una sociedad, la evolución de sus creencias hacia algo distinto y desconocido.

Del recogimiento y reflexión que de siempre se ha tenido ante la muerte y la finitud de la vida, se ha pasado a la fiesta y al disfraz callejero entre risas, copas y bailes.

Es una transformación importante en términos cualitativos que habla mucho de la conciencia que el hombre tiene de sí mismo.

Se ha pasado de lo trascendente de la vida, de la potencialidad vital que genera historia y sabiduría, a la irrelevancia radical que produce jolgorio y broma, truco o trato, que lo mismo da.

Nos encontramos ante un hombre al que no le gusta pensar, le molesta el análisis de su circunstancia vital y rehúye de todo lo complejo. Se ha roto el entimema de Descartes, «cogito, ergo sum» (pienso, luego existo), a otro distinto: non cogito, ergo fruor (no pienso, luego disfruto). Se ha sustituido la razón que genera valor y construye por un nihilismo que vacía de sustancia todos los valores y que conduce a una tiranía amoral que provoca destrucción.

Si no pensamos, no puede existir dignidad y, sin dignidad, no puede hablarse de moralidad.

Hubo tiempos en donde ese atributo del hombre, fruto del cristianismo, impidió que fuera asimilado a una cosa y tratado como tal.

En algunos periodos de la historia de Roma, por ejemplo, puede constatarse un extenso repertorio de hechos de lo que suponía ser cosa o esclavo, es decir, ser intrascendente, en donde la línea vida o muerte no se encontraba totalmente definida porque nada importaba.

Si la vida no tiene otro objeto ni supone otra trascendencia que la de ser un ente orgánico sometido a obsolescencia temporal, el hombre se convierte en irrelevante y, por ello, en un mero accidente biológico.

Todos los Santos es el día en el que se celebra la memoria de aquellos que vivieron en la dignidad de la esperanza y ello bien merece un recogimiento y una reflexión sobre lo importante de ser hombre en unos tiempos descarnados de todo lo espiritual.

No son tiempos de disfraces,  maquillajes y correrías nocturnas; nunca lo fueron en España y en todo lo español, quizás por ese sentimiento trágico de nuestra historia .