Non cogito, ergo fruor
Juan B. Lorenzo de Membiela
| Fuente: Wikicommons |
En la festividad de Todos los Santos
que hemos celebrado, vemos los cambios continuos en una sociedad, la evolución
de sus creencias hacia algo distinto y desconocido.
Del recogimiento y reflexión que
de siempre se ha tenido ante la muerte y la finitud de la vida, se ha pasado a
la fiesta y al disfraz callejero entre risas, copas y bailes.
Es una transformación importante
en términos cualitativos que habla mucho de la conciencia que el hombre tiene
de sí mismo.
Se ha pasado de lo trascendente de
la vida, de la potencialidad vital que genera historia y sabiduría, a la irrelevancia
radical que produce jolgorio y broma, truco o trato, que lo mismo da.
Nos encontramos ante un hombre al
que no le gusta pensar, le molesta el análisis de su circunstancia vital y rehúye
de todo lo complejo. Se ha roto el entimema de Descartes, «cogito, ergo sum» (pienso,
luego existo), a otro distinto: non cogito, ergo fruor (no pienso, luego
disfruto). Se ha sustituido la razón que genera valor y construye por un nihilismo
que vacía de sustancia todos los valores y que conduce a una tiranía amoral que
provoca destrucción.
Si no pensamos, no puede existir dignidad y, sin dignidad, no puede hablarse de moralidad.
Hubo tiempos en donde ese atributo del hombre, fruto del cristianismo, impidió que fuera asimilado a una
cosa y tratado como tal.
En algunos periodos de la historia
de Roma, por ejemplo, puede constatarse un extenso repertorio de hechos de lo
que suponía ser cosa o esclavo, es decir, ser intrascendente, en donde la línea
vida o muerte no se encontraba totalmente definida porque nada importaba.
Si la vida no tiene otro objeto ni
supone otra trascendencia que la de ser un ente orgánico sometido a
obsolescencia temporal, el hombre se convierte en irrelevante y, por ello, en
un mero accidente biológico.
Todos los Santos es el día en el
que se celebra la memoria de aquellos que vivieron en la dignidad de la
esperanza y ello bien merece un recogimiento y una reflexión sobre lo
importante de ser hombre en unos tiempos
descarnados de todo lo espiritual.
No son tiempos de disfraces, maquillajes y correrías nocturnas; nunca lo fueron en España y en todo lo español, quizás por ese sentimiento trágico de nuestra historia .