Valor de miedo ( 2 min.)
Juan B. Lorenzo de Membiela
Todo lo importante que sucede en
la vida es inesperado porque actuamos como si nada inesperado debiera suceder
nunca (Morin, 2008:117). La incertidumbre es algo nuestro, propiamente humano,
desde siempre. Hemos evolucionado bajo un caos impuesto por la impredecibilidad
de la naturaleza y el tiempo que nos es imposible explorar, sea por el teorema de Gödel que demuestra
matemáticamente que nuestro conocimiento está limitado por principio; sea por el « principio de indeterminación » de Heisenberg, que prueba la existencia de
límites absolutos a la precisión de la medida.
Ante ello, desarrollamos estrategias
para sobrevivir, entre algunas, las
emociones y, dentro de ellas, las llamadas «
básicas »: el miedo y el temor. Las compartimos con otros animales, su
constitución está genéticamente estructurada desplegando mecanismos de alarma o
de protección en caso de peligro inminente y ante la simple posibilidad (Vass,
2002:56).
Es Jakob Burckhardt en su lección
« Suerte y desgracia en la historia mundial », quien declara « que la historia natural presenta (…)
una lucha angustiosa por la existencia; (…) desde el origen de los pueblos y de
la historia humana ». Pero no solamente es algo antiguo, está vigente porque obliga
a adaptarse al ritmo de las cosas y a situarse en el escenario social de cada
tiempo (Capdequí, 2012:217). Es decir, impide que el hombre no responda a
nuevos desafíos que pueden comprometer su supervivencia.
Al miedo y a la cobardía se debe que
el hombre mantenga esa añagaza para crear sociedades y dentro de ellas instituciones,
como el Estado, para protegerse de todo lo que desconoce porque lo que no se
conoce, habitualmente, es perjudicial. Para Hobbes, en su « Leviatán », el
Estado procura defensa, concretamente, frente a otros hombres. De ello se
deduce que el miedo hacia el hombre no conocido es semejante al temor hacia lo
desconocido natural. Y surge una pregunta: ¿quién puede suponer que lo ignorado
es siempre perjudicial si no quien haya vivido en un medio que le ha sido
siempre hostil?
El pavor es tal que los
inhibidores de conducta que impiden matar a un congénere no operan en la
persona como sí en otras especies animales. Konrad Lorenz, recoge en su libro «
Consideraciones sobre las conductas animal y humana », por ejemplo, cómo un
perro macho está imposibilitado para morder a una hembra o a un cachorro de su
especie. O cómo en el combate cuando el perro más débil exhibe « posturas de
sumisión », el más fuerte queda impedido para morder el cuello del vencido,
consecuencia de un conflicto entre la ira y el mecanismo inhibidor (1974:180-1).
No es el caso a nosotros
aplicable como especie como se documenta a diario en prensa.
Para Zygmunt Bauman la variante moderna
de la inseguridad se caracteriza por el miedo a la maldad y a los malhechores
humanos (2007:84).
Impera la suspicacia hacia los
demás y sus intenciones, incluso se cuestiona la integridad de instituciones
que deben conferir seguridades. Ello genera desconfianza.
Que la individualidad se haya impuesto en
detrimento de lo comunitario se explica por varias causas. Castell las
encuentra en la supresión de las corporaciones y comunidades, estrechamente unidas,
ya que en el pasado definían reglas de convivencia. Al ser sustituidas por lo
individual, lo imprevisible se hizo presente y con ello toda clase de cautelas.
Pero también se explica por el conocimiento
y el acceso a la información que permite ver
realidades no muy distorsionadas. Recursos todos que han prosperado
gracias al Estado liberal protector de la persona.
Para otros autores es causado por
una concurrencia de elementos: racionalización, división del trabajo, especialización
laboral, implantación del estado de bienestar e incremento de la formación
(Halman y De Moor, 1994:29).
La importancia de lo individual
en detrimento de lo colectivo hace que los conceptos «
interés general », « justicia social » o « bien común » entren en crisis. Para
Hayek constituyen abstracciones vacías de sentido porque « ¿hay algo más abstracto que los
individuos a los que aluden, desprovistos de toda dimensión histórica como de filiación
social? » (Teodorov, 2012:104). Y es verdad que detrás
de este concepto dirigido al desconocido común no hay otro sujeto que los intereses
de unos pocos para imponer sus criterios e intereses a muchos.
Ha contribuido también el
contenido del Estado de bienestar, al
querer proporcionar seguridades a todos y descargar responsabilidades y riesgos a los ciudadanos, los
ha abocado a una actitud distendida con la que hemos afrontado esta crisis
económica mundial del siglo XXI. Como resultado
un resurgimiento de miedos que olvidamos a cambio de consumismo. Lo postmoderno
que involucra a la democracia (Inglehart, 1994:66) como una de sus elementos
entra en crisis…
El individualismo y su insolidaridad
- por la desconfianza- no pueden ofrecer alternativas si no
es mediante su conversión a otro paradigma ético. Quizás producto
necesario de una evolución
que
de paso a lo más apto, se despoje de lo fracasado, abrazando lo auténtico del
hombre que es su dignidad (vid.
Strathern, 2004:39 y Megías, 2006:165) .Y es lo único que puede ofrecer una
convivencia sostenible alejado de lo que Kierkegaard llamó « la importancia del
pecado en el mundo» (2012:113).
Hoy se necesita
valor, aquel definido por Séneca: « No consiste el valor en temer a la
vida, sino en hacer frente a los males por grandes que sean y no volverles la
cara y retroceder » (Séneca, Phoen.
190-2).
Que es reiterado por
Vila y Camps en 1776, para quien « el verdadero valor se conoce en los
peligros que nos amenazan fuera de las batallas; pues aunque la muerte sea de
los objetos más espantosos, sin embargo, el dolor, el desprecio, la pobreza y
otros mil accidentes que no dejan de tener una apariencia de terror y espanto ,
son muy capaces de sorprender la mayor parte de los hombres cuando estos ven
que esos males los envisten y acometen. El valor, pues, consiste en saber
resistir a todos esos peligros » .
Ante una indolencia inducida por
un relativismo, surge como remedio un valor de naturaleza casi épica para
afrontar lo que los tiempos nos preparan.
Por de pronto ese temor se traduce en insolidaridad hacia el sufriente. Posiblemente porque cuando naufragan otros nos creemos más seguros...Por extraños sortilegios para rehuir de vacios silentes. Insolidaridad, miedo, subsistencia...Todo es válido para no caer aunque estemos cayendo.