Solamente un barco español fue hundido por la Armada Inglesa en la llamada «Jornada de Inglaterra». El resto , fue obra de los vientos y de la ira del mar.
Otra cosa diferente son las masacres que se ejecutaron en las playas contra unos náufragos extenuados por los combates, el mal tiempo, el hambre y las enfermedades.
Pero hubo también muchas gentes irlandesas que, desafiando las prohibiciones inglesas ,a riesgo de sus vidas, curaron las heridas, el hambre y dieron cobijo a los náufragos, en un gesto de hospitalidad y caridad cristiana. En aquella época, ser católico era, por sí mismo, un desafío a la reina Isabel I.
Muchos nobles irlandeses, jefes gaélicos y gentes de buen corazón fueron decapitados unos; y ahorcados por este motivo otros.
Pocos gobernantes y esbirros a sueldo de aquellas tierras usaron las virtudes que el historiador Apiano, en su Historia de Roma, reconoce a Alejandro Magno y a César, que aplicaron el perdón a los adversarios caídos o impedidos.
Como barcos naufragados se contabilizaron 25 y como desaparecidos,
4. Como bajas, se cuenta un total de 9.350 hombres, de un total de 25.106
que surcaron el canal de la Mancha y el Atlántico Norte.
Pocas son las celebraciones que se organizan en la actualidad, recordamos la celebrada magníficamente en Yecla, promovida por el escritor Pedro Chinchilla, no hace muchas semanas.
Lo realmente trágico es que si se olvida nuestra historia,
y se hace mucho para ello, se rompe lo
auténtico de un pueblo, su personalidad e identidad.
Vivir sin identidad, es como navegar a la deriva sin puntos cardinales ni hemisferios conocidos. Nada más y nada menos.