Cuarentenas,
inteligencia artificial y el factor humano ( micro-ensayo)
Juan B. Lorenzo de Membiela
A
septiembre de 2020 más del 40% de la población mundial ha sido confinada por la
presencia del virus. La cifra revela una dramática incompetencia que ha
contribuido a la propagación del patógeno mermando vidas y economías. Tanta
tecnología, supuestamente disponible, no ha tenido en Occidente una aplicación
relevante y decisiva para prevenir la pandemia, controlar brotes y procurar
soluciones.
Las
epidemias no son algo nuevo, vestigios de ellas se datan en Grecia y Roma y hasta
las más recientes en China, Sars-Cov 1 en 2002; en Arabia Saudita, MERS
en 2015 y en Guinea, Liberia y Sierra, Leona, Ébola en 2016.
La
historia del hombre es también la de sus pandemias porque ante ellas podemos analizar
el grado de civilización de las sociedades, el modo en cómo se actuó para controlarlas
y evitar lo desconcertante de toda plaga. No era fácil, porque los microbios no
se muestran a los ojos de la gente provocando una lucha incierta y, en muchas ocasiones,
dolorosa y traumática.
Y, sin
embargo, siempre se han minusvalorado sus consecuencias hasta el extremo de que
hoy los remedios de contención son similares a los empleados en Europa desde,
al menos, el s. XV. Se rechazó aquella máxima de Catón: […]Es más leve la
herida si se está precavido.
La
cuarentena, el cordón sanitario y los lazaretos son los instrumentos de control
epidemiológico clásicos, comprensible cuando se desconocía la existencia de los
propios virus. En la actualidad se mantienen complementados con las
metodologías matemáticas construidas sobre la demografía, la sociología y la
estadística.
La
inteligencia artificial y su potencial no han tenido en Europa una aplicación decisiva
para combatir al virus, más bien o no se han usado o no han aportado sino innovaciones
bastante parcas en su utilidad.
El
patógeno no fue percibido como una amenaza, a estas alturas de la pandemia poco
importan ya errores pasados cuando sus consecuencias comenzamos a divisarlas
como chubascos que avanzan amenazadores.
Hubo
y hay aplicaciones como la canadiense BlueDot, que alertó a sus clientes
como gobiernos, hospitales y aerolíneas de la dinámica de la Covid-19 empleando
inteligencia artificial sobre cuarenta conjuntos de datos específicos.
O
como la aplicación norteamericana HealthMap que rastrea la propagación
del coronavirus monitorizando búsquedas en Google, medios sociales y blogs.
Para
contener cualquier plaga ha sido la cuarentena el instrumento más empleado en
todas las épocas. Se aplicó a núcleos
urbanos. No era el remedio más oportuno, todo lo contrario, pero la ignorancia sobre
la causa del patógeno motivó esta decisión.
Es conocida,
por sus extremas consecuencias, la acordada en el pueblo de Gyam, en el
condado de Derbyshire, Gran Bretaña en el s. XVII. Ante la aparición de la
peste se convenció a los vecinos para someterse a una cuarentena estricta. La
tasa de contagio alcanzó al 100% de la población confinada con una mortandad
cercana al 72%. La paradoja fue la
siguiente: las autoridades creyeron que esta medida evitaría su propagación.
Dado que la bacteria la portaban las pulgas de las ratas negras fue una medida
calamitosa y baldía.
Lo
mágico, lo irracional, ofrece bonitas pasarelas para no contemplar el inmenso vacío
de la ignorancia.
Acordada
por la autoridad municipal o gubernativa tras su acuerdo seguía una serie de
protocolos muy estrictos.
La
ciudad era dividida en secciones bajo el control de un intendente. Cada sección
integraba varias calles bajo el mando de un síndico y todos respondían ante el
alcalde o gobernador. El día designado se ordenaba el confinamiento. Todos los
habitantes identificados por nombre, sexo y edad. A cada vecino se le asigna un
médico responsable que supervisa toda la atención sanitaria para evitar ocultar
contagiados.
Prohibición
de salir a la calle bajo pena de muerte o de contagio. Domicilios cerrados con
candados por los síndicos que entregaban las llaves al intendente hasta el fin
de la cuarentena.
A
los cinco días de la reclusión se purificaban las casas, una por una. Salían
sus moradores, se levantaban los muebles y objetos y se esparcía perfume al que
prendían fuego.
Todos
los días el síndico recorría la calle, comprueba el estado de los ciudadanos. Cualquier
incidencia queda testimoniada en documento. La labor de los síndicos es supervisada
por los intendentes.
Los
vecinos almacenaron víveres; el pan y el vino se introducen a través de un ventanuco
horadado en la fachada, hoy se conocen en Italia como buchetes del vino...
La
palabra cuarentena procede del numérico cuarenta, de origen bíblico. El
número, en las Sagradas Escrituras, posee un significado muy definido:
referencia momentos críticos; tiempo de reflexión. La cuaresma, por ejemplo, conmemora los cuarenta días que
Jesús soportó en el desierto las tentaciones del maligno (Mateo 40,2). Cuarenta
fueron los días que paso Moisés en el monte Sinaí antes de recibir las Tablas
de la Ley (Deuteronomio 9, 9-11). Imposible
detallar todas las referencias dada la extensión del artículo.
La
cuarentena a los buques que transportaban personas y mercancías originó los
lazaretos. Desde el año 1403 existían en Venecia, eran edificados en alguna
isla adyacente. Construcciones perimetradas por un muro con una sola
salida. Los apestados, aislados,
intentaban recobrar la salud. Las condiciones de vida eran duras y yermas, ver los
vestigios de estos edificios transmite un sentimiento de gran desolación. En España se localizaban en Mahón y en la isla
de S. Simón, en Vigo, operativos hasta 1919.
Sucintamente
expuestas, estas eran las medidas de salud pública empleadas en la antigüedad.
Hoy siguen vigentes. Sin embargo, para un país que recibe 75 millones de
turistas anuales legales y otros tantos ilegales las epidemias debieron ser tomadas en consideración acorde al impacto económico, personal y emocional que podrían desencadenar. El factor humano,
sin embargo, siempre es impredecible...