En los buenos y en los malos momentos (ensayo)
por
Juan Lorenzo de Membiela
Oswald Spengler publicó La
decadencia de Occidente en Alemania en julio de 1918 en plena exuberancia
de la pandemia gripal. En diciembre de 2020 cito esta obra, en un momento
pandémico similar, para extraer de ella una reflexión: en la decadencia de las
civilizaciones surgen ambiciones, se promueven tendencias, que persiguen alterar
la estructura del Estado.
Para Michael
Foucault, la lucha contra el orden instituido pasa siempre por una lucha contra
los poderes del Estado: el aparato judicial ha sido el blanco,
al mismo tiempo y al mismo título que el aparato fiscal, el ejército y las
otras formas de poder […]. Pero en cualquier país estas
tensiones abocan a las sombras de lo profundo, penetrando en lo que hay más
allá de la geografía conocida que en la cartografía griega era representado por
Escila y Caribdis y en la romana y medieval infrascrito en el
mapa como hic sunt dracones (aquí están los dragones). Todo orden es
resultado de una evolución histórica y de una evolución en el corazón de los
hombres.
La división de poderes que diseñó
Montesquieu en su obra El espíritu de las Leyes escrita en 1748 integra las
constituciones actuales de los países más avanzados y solventes.
La Unión Europea diseña su forma de
gobierno sobre esta división que cumple dos fines: garantiza la moderación
conciliando la naturaleza de las cosas con la aspiración humana a la felicidad,
a la plenitud de la persona como ser sujeto de dignidad. Y garantiza que la
gobernación sea objetiva evitando arbitrariedades.
Nuestra Constitución, el diseño político del Occidente libre, es resultado de esas ideas que han procurado una armonía y estabilidad inéditas durante tantos años. Sin odios, sin rencores, solamente con una voluntad decidida para construir, sumar, prosperar…
España adoptó en 1978, como forma política,
la monarquía parlamentaria. En esta, la corona posee menos poderes que un
presidente de república y ostenta un carácter simbólico sobre la unidad
territorial y la unidad del Estado, garante, además, de la democracia porque la
monarquía democrática garantiza que todo el poder no proceda mas que del
pueblo, como razona Subra de Bieusses.
Una corona fuerte previene otro
peligro: evita las degeneraciones políticas
en las formas imperfectas de gobierno, conforme a lo expuesto por Aristóteles: tiranía,
oligarquía y demagogia. Y es freno a los populismos, y con ello, a los
totalitarismos que asolaron el mundo en el s. XX y comprometen sociedades en el
s. XXI …
El relato que se construye en la época
de la decadencia -la posverdad no deja de ser una de sus manifestaciones -
lleva implícito erosionar marcos de equilibrio.
Steven Pinker nos habla que la creación
del mundo moderno, el desarrollo del humanismo, las ciencias, la economía y la
cultura son debidas a la racionalidad que la Ilustración trajo a la
civilización europea.
Pero también Ben Shapiro nos habla del
proceso de sustitución de los principios griegos y judeocristianos por otros
deshumanizados, más hedonistas, más tribales y relativistas. Se abandona el concepto
de bien común que es sustituido por un provecho ajeno a la comunidad.
La decadencia se manifiesta en la educación
transmitida. Principios escasos como exiguos los valores. La urbanidad, el respeto,
la cultura entran en recesión…formas de saber estar que facilitan la socialización
y la confianza que promueven habitabilidad en las comunidades. Es como si arrojáramos
los ropajes de la civilización persiguiendo con ansia un renacimiento, pero
como entidad biológica regida por instintos y pasiones.
Fuente: Pixabay. Licencia CC0 Puerta de Brandemburgo. El Occidente libre |
La historia nos muestra estos valores a
través de sucesos en donde siempre el espíritu humanista se impuso, sosegando ánimos
y superando adversidades.
No hay monarquía sin historia. De ella brota
su legitimación y trascendencia. Su dimensión temporal trasciende a los
momentos presentes ofreciendo decisiones predecibles y estabilidad. A esto se le
llama seguridad institucional que promueve escenarios de recuperación económica
y prosperidad.
Se habla de la lealtad y del vínculo
personal rey -ciudadanos, una relación de siglos a través de años de continuo
contacto y apego en los azarosos momentos que ofrece la vida. En otras formas
de gobernación no hay lealtades porque su posibilismo impide asumir compromisos
para todos, su esencia brota de un procedimiento legal, vacío de sentimientos y
abierto siempre a escenarios desconocidos.
Ante un trágico año en donde España ha
sido presa de un microbio voraz, da confianza contar con un magnífico monarca
que esté con el pueblo en los malos pero también en los buenos momentos que nos
esperan.