La Gesta de las expediciones (relato)
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Juan B. Lorenzo de Membiela
Publicado por El Español
Fuente: WikicommonsTodas las exploraciones descritas en este s. XVI participaron de un idéntico elemento de aventura mecido en las manos de un azar caprichoso. Esta característica siempre acompañó a España en su periplo descubridor de mundos. Derrotas difíciles por mares incógnitos porque solamente quienes se arriesgan a perderlo todo pueden llegar o a tocar los límites de lo desconocido o a perderse en la oscuridad del olvido.
Según los datos de Chaunu en «Seville et l `Atlantique», de los 10438 buques que salieron de España entre 1500 a 1650 solo regresaron 7323, un 70%. Junto a los naufragios e imprevistas calamidades se unía el tiempo de las travesías, más incierto contra más intrépida era la exploración.
A título expositivo, desde 1526 y hasta 1925, se contabilizaron en el Estrecho 205 naufragios de barcos de toda clase y nacionalidad. Durante los siglos XV y XVI únicamente zozobraron barcos españoles y algunos piratas holandeses (Holanda se emancipó de España en 1581 y alcanzó la independencia en 16481).
Quiero señalar con ello un rasgo de estos españoles, fruto de su espíritu audaz y de un carácter sobrio y austero - a la usanza española- que asumían todo género de peligros poniéndose en manos de la Providencia y en la voluntad de lo más Alto. Sí, eran incursiones comprometidas y sacrificadas, en donde algunos hombres, como refirió Kierkegaard, hallan un sentido a la vida. O, tal vez, encontrasen un sentido más universal que traspasaba la simple individualidad porque llevaban tras de si una civilización construida sobre el sentido humano y trascendente de la existencia.
Los viajes por los mares australes suponían – aun hoy suponen- asumir lances temerarios, peligros innombrables. Los vendavales y las borrascas, de lluvia o nieve, azotaban a las embarcaciones condenándolas a un naufragio o a una desaparición en lo profundo de las distancias.
Entre los paralelos 40 °S. y 50° S. del hemisferio austral, los vientos tienden a acelerarse sobre aguas que esconden fuertes corrientes castigando a la nave con abruptas singladuras. El aire frio y la falta de accidentes geográficos crean monstruos climáticos y olas de más de diez metros que son conocidos como los 40 rugientes. Buena cuenta de ello dieron muchas embarcaciones y tripulaciones españolas perdidas para siempre.
Entre los 50 ° S. y 60 ° S. se encuentran los 50 aulladores que convierten las rutas marítimas en corredores de la muerte. Magallanes fue el primero en escuchar estos vientos y sentir su fiero oleaje. Alcanzan los 150 km. y las olas llegan a los 30 metros.
Existen más allá de los 60 ° S. los llamados 60 bramadores, pero es un territorio prohibido para mortales en donde se fraguan las borrascas más obscuras. De todos estos puntos geográficos viene la frase conocida entre navegantes […] debajo de los 40 grados sur no hay ley; debajo de los 50 grados sur no hay Dios […] .
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1. Vid. Lorenzo de Membiela, Juan B. (2020): Estudios sobre Trafalgar: Tempestad, Marinos e Imperio.