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viernes, 5 de enero de 2024

La adoración de los Reyes Magos según la beata Ana Catalina Emmerich ( divulgación)

 

La adoración de los Reyes Magos según la beata Ana Catalina Emmerich ( divulgación)

La adoración de los Reyes Magos según la beata Ana Catalina Emmerich (I)


La  epifanía o  adoración de los reyes  al Niño fundamenta esta tradición típica de España y de las tierras que un día vivieron y sintieron bajo su Corona.

Son ilusiones que vienen como neblina envuelta en  el frío  de la noche de enero   que mañana , temprano, levantará para mostrar juguetes y regalos .

Para que algo quede más allá de los  obsequios transcribo este fragmento de las visiones de la beata Anna Catherina Emmerich sobre la adoracion de los santos Reyes a Jesus.

Beata Ana Catalina Emmerich

La adoración de los Reyes Magos

Dibujo a lápiz de H. Hofmann de la serie de 1887 de Hofmann: ¡ Kommet zu mir! Bilder aus dem Leben des Heilandes; Festgabe für Christliche Familien ( Come Unto Me ).
Wikicommons.Dominio Publico
Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro semejante a la luna cuando aparece; montaron entonces nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al Oriente hacia la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura donde los ángeles se habían aparecido a los pastores.

Cuando hubieron llegado cerca de la tumba de Maraha, en el valle que está detrás de la gruta del Pesebre, se apearon. Sus gentes deshicieron muchos envoltorios, levantaron una gran carpa que llevaban e hicieron otros arreglos, con ayuda de algunos pastores que les indicaron los sitios más convenientes.
El campamento se hallaba en parte arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante, sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella pareció crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria de luz.
Yo los vi mirando primero todo con un aire de gran asombro. Estaba oscuro; no veían ninguna casa sino tan sólo la forma de una colina semejante a una muralla. De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en medio de la luz la figura resplandeciente de un niño.
Todos se destocaron para demostrar su respeto; luego los tres Reyes fueron hacia la colina y encontraron la puerta de la gruta. Ménsor la abrió, viéndola llena de una luz celeste, y al fondo a la Virgen, sentada, sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en sus visiones.
Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que acababa de ver.
Entonces José salió de la gruta, acompañado por un viejo pastor, para ir a su encuentro. Los tres Reyes le dijeron con toda sencillez cómo habían venido para adorar al rey recién nacido de los judíos, cuya estrella habían visto, y para ofrecerle sus presentes. José los acogió muy afectuosamente, y el anciano pastor los acompañó hasta su séquito y los ayudó en sus arreglos, junto con otros pastores que se encontraban allí.
Ellos mismos se prepararon como para una ceremonia solemne.
Los vi ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo. Tenían un reflejo brillante, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su alrededor. Eran éstas las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo esto con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido por cuatro personas de su familia, además de algunos servidores de Ménsor que llevaban una mesa pequeña, una carpeta con flecos y otros objetos.

La adoración de los magos d'Abraham Bloemaert, 1624.
Fuente: Wikicommons.Dominio publico.
Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el alero que estaba delante de la gruta, cubrieron la mesa con la carpeta y cada uno de ellos puso encima las cajas de oro y los vasos que desprendieron de su cintura : eran los presentes que ofrecían entre todos.
Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una tela sobre el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás ; otros dos los siguieron con la mesa, sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen, Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla en tierra, los depositó respetuosamente a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los cuatro hombres de su familia que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían quedado atrás, cerca de la entrada.
Cuando se adelantaron, estaban como ebrios de alegría y de emoción, e inundados por la luz que llenaba la gruta. Sin embargo, allí sólo había una luz : la Luz del mundo.

María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada sobre una especie de alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado dentro de una gamella cubierta con una carpeta y colocada sobre una tarima, en el lugar en que había nacido; pero en el momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen se sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto también por su amplio velo.
Ménsor se arrodilló, y colocando los presentes ante él, pronunció palabras conmovedoras rindiéndole homenaje, cruzando las manos sobre el pecho e inclinando su cabeza descubierta.
Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el cual miraba con semblante amable desde el centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre sostenía su cabecita con uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro. Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a su alrededor.
¡Oh, qué felices se sentían de adorar al Niño Rey aquellos buenos hombres venidos de Oriente!
Viendo esto me decía a mí misma: «Sus corazones son puros y sin mancha, llenos de ternura y de inocencia como corazones de niños piadosos. No hay nada violento en ellos, y sin embargo están llenos de fuego y de amor. Yo estoy muerta, yo no soy ya más que un espíritu; de otro modo no podría ver esto, pues esto no existe ahora, y sin embargo existe ahora; pero no existe en el tiempo; en Dios no hay tiempo; en Dios todo es presente; yo estoy muerta, ya no soy más que un espíritu». Mientras me asaltaban aquellos pensamientos tan extraños, escuché una voz que me decía : «¿Qué te puede importar eso? Mira y adora al Señor, que es eterno y en quien todo es eterno».
Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo, afiladas en la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó humildemente sobre las rodillas de la Santísima Virgen al lado del Niño Jesús. Ella lo tomó con un agradecimiento lleno de gracia y lo cubrió con un extremo de su manto. Ménsor dio aquellas pequeñas barras de oro, porque era muy sincero y caritativo, y buscaba la verdad con un ardor constante e inquebrantable.
Después se retiró, retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se adelanto con los suyos y se arrodilló con una profunda humildad, ofreciendo su presente con palabras conmovedoras. Era un vaso de oro para poner el incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verdoso; lo puso sobre la mesa delante del Niño Jesús. Saír dio el incienso, porque era un hombre que se conformaba respetuosamente y desde el fondo de su corazón, a la voluntad de Dios y la seguía con amor. Se quedó largo rato arrodillado con un gran fervor antes de retirarse.
_____

Fue beatificada por el papa Juan Pablo II en 2004.


viernes, 6 de enero de 2023

La adoración de los Reyes Magos según la beata Ana Catalina Emmerich (divulgación)

 

La adoración de los Reyes Magos según la beata Ana Catalina Emmerich (divulgación)


Beata Ana Catalina Emmerich

La adoración de los Reyes Magos
Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro semejante a la luna cuando aparece; montaron entonces nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al Oriente hacia la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura donde los ángeles se habían aparecido a los pastores.
Cuando hubieron llegado cerca de la tumba de Maraha, en el valle que está detrás de la gruta del Pesebre, se apearon. Sus gentes deshicieron muchos envoltorios, levantaron una gran carpa que llevaban e hicieron otros arreglos, con ayuda de algunos pastores que les indicaron los sitios más convenientes.

Dibujo a lápiz de H. Hofmann de la serie de 1887 de Hofmann: Kommet zu mir! Bilder aus dem Leben des Heilandes; Festgabe für Christliche Familien (Come Unto Me).
Wikicommons. Dominio Público






El campamento se hallaba en parte arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante, sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella pareció crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria de luz.
Yo los vi mirando primero todo con un aire de gran asombro. Estaba oscuro; no veían ninguna casa sino tan solo la forma de una colina semejante a una muralla. De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en medio de la luz la figura resplandeciente de un niño.
Todos se destocaron para demostrar su respeto; luego los tres Reyes fueron hacia la colina y encontraron la puerta de la gruta. Ménsor la abrió, viéndola llena de una luz celeste, y al fondo a la Virgen, sentada, sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en sus visiones.
Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que acababa de ver.
Entonces José salió de la gruta, acompañado por un viejo pastor, para ir a su encuentro. Los tres Reyes le dijeron con toda sencillez cómo habían venido para adorar al rey recién nacido de los judíos, cuya estrella habían visto, y para ofrecerle sus presentes. José los acogió muy afectuosamente, y el anciano pastor los acompañó hasta su séquito y los ayudó en sus arreglos, junto con otros pastores que se encontraban allí.
Ellos mismos se prepararon como para una ceremonia solemne.
Los vi ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo. Tenían un reflejo brillante, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su alrededor. Eran estas las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo esto con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido por cuatro personas de su familia, además de algunos servidores de Ménsor que llevaban una mesa pequeña, una carpeta con flecos y otros objetos.
Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el alero que estaba delante de la gruta, cubrieron la mesa con la carpeta y cada uno de ellos puso encima las cajas de oro y los vasos que desprendieron de su cintura: eran los presentes que ofrecían entre todos.
Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una tela sobre el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás; otros dos los siguieron con la mesa, sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen, Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla en tierra, los depositó respetuosamente a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los cuatro hombres de su familia que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían quedado atrás, cerca de la entrada.
Cuando se adelantaron, estaban como ebrios de alegría y de emoción, e inundados por la luz que llenaba la gruta. Sin embargo, allí solo había una luz: la Luz del mundo.

Hans Thoman. Escultura de Madera. 1515-1520
Fuente: Wikicommons

María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada sobre una especie de alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado dentro de una gamella cubierta con una carpeta y colocada sobre una tarima, en el lugar en que había nacido; pero en el momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen se sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto también por su amplio velo.
Ménsor se arrodilló, y colocando los presentes ante él, pronunció palabras conmovedoras rindiéndole homenaje, cruzando las manos sobre el pecho e inclinando su cabeza descubierta.
Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el cual miraba con semblante amable desde el centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre sostenía su cabecita con uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro. Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a su alrededor.
¡Oh, qué felices se sentían de adorar al Niño Rey aquellos buenos hombres venidos de Oriente!
Viendo esto me decía a mí misma: «Sus corazones son puros y sin mancha, llenos de ternura y de inocencia como corazones de niños piadosos. No hay nada violento en ellos, y, sin embargo, están llenos de fuego y de amor. Yo estoy muerta, yo no soy ya más que un espíritu; de otro modo no podría ver esto, pues esto no existe ahora, y, sin embargo, existe ahora; pero no existe en el tiempo; en Dios no hay tiempo; en Dios todo es presente; yo estoy muerta, ya no soy más que un espíritu». Mientras me asaltaban aquellos pensamientos tan extraños, escuché una voz que me decía: «¿Qué te puede importar eso? Mira y adora al Señor, que es eterno y en quien todo es eterno».
Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo, afiladas en la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó humildemente sobre las rodillas de la Santísima Virgen al lado del Niño Jesús. Ella lo tomó con un agradecimiento lleno de gracia y lo cubrió con un extremo de su manto. Ménsor dio aquellas pequeñas barras de oro, virgen porque era muy sincero y caritativo, y buscaba la verdad con un ardor constante e inquebrantable.
Domenico Ghirlandaio - Adoración de los magos

Domenico Ghirlandaio - Adoración de los magos.1488 

                  Fuente: Wikicommons



Después se retiró, retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se adelantó con los suyos y se arrodilló con una profunda humildad, ofreciendo su presente con palabras conmovedoras. Era un vaso de oro para poner el incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verdoso; lo puso sobre la mesa delante del Niño Jesús. Saír dio el incienso, porque era un hombre que se conformaba respetuosamente y desde el fondo de su corazón, a la voluntad de Dios y la seguía con amor. Se quedó largo rato arrodillado con un gran fervor antes de retirarse  […].
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Fue beatificada por el papa Juan Pablo II en 2004.

lunes, 15 de agosto de 2022

La ascensión de la Virgen (relato)

 La ascensión de la Virgen (relato)


por la beata  Sor Ana Catalina Emmerich.


«[…]Después de la muerte, resurrección y ascensión de Nuestro Señor, María vivió algunos años en Jerusalén, tres en Betania y nueve en Éfeso. En esta última ciudad, la Virgen habitaba sola y con una mujer más joven que la servía y que iba a buscar los escasos alimentos que necesitaban.

Vivían en el silencio y en una paz profunda. No había hombres en la casa y a veces algún discípulo que andaba de viaje, venía a visitarla. Vi entrar y salir frecuentemente a un hombre, que siempre he creído que era San Juan; mas ni en Jerusalén ni en Éfeso demoraba mucho en la vecindad; iba y venía.

La Sma. Virgen se hallaba más silenciosa y ensimismada en los últimos años de su vida; ya casi no tomaba alimento, parecía que solo su cuerpo estaba en la Tierra y que su Espíritu se hallaba en otra parte. Desde la Ascensión de Jesús todo su ser expresaba un anhelo siempre creciente y que la consumía más y más.

 Fuente: Pixabay.Licencia CC0

 En cierta ocasión Juan y la Virgen se retiraron al Oratorio, ésta tiró un cordón y el Tabernáculo giró y se mostró la Cruz; después de haber orado los dos cierto tiempo de rodillas, Juan se levantó, extrajo de su pecho una caja de metal, la abrió, por un lado, tomó un envoltorio de lana finísima sin teñir y de éste un lienzo blanco doblado y sacó el Santísimo Sacramento en forma de una partícula blanca cuadrada. Enseguida pronunció ciertas palabras en tono grave y solemne, entonces dio la Eucaristía a la Santa Virgen.

A alguna distancia detrás de la casa, en el camino que lleva a la cumbre de la montaña, la Santa Virgen había dispuesto una especie de Camino de la Cruz o Vía Crucis. Cuando habitaba en Jerusalén, jamás había cesado de andar la Vía Dolorosa y de regar con sus lágrimas los sitios donde El había sufrido. Tenía medido paso por paso todos los intervalos y su amor se alimentaba con la contemplación incesante de aquella marcha tan penosa.

Poco tiempo después de llegar a Éfeso la vi a entregarse diariamente a meditar la Pasión, siguiendo el camino que iba a la cúspide de la montaña. Al principio hacía sola esta marcha y según el número de pasos tantas veces contados por Ella, medía las distancias entre los diversos lugares en que se había verificado algún especial incidente de la Pasión del Salvador. 

En cada uno de los sitios, erigía una piedra o si se encontraba allí un árbol, hacía en él una señal. El camino conducía a un bosque donde un montecillo representaba el Calvario, lugar del sacrificio y una pequeña gruta el Santo Sepulcro. 

Cuando María hubo dividido en doce Estaciones el Camino de la Cruz, lo recorrió con su sirvienta sumida en contemplación. Separaba en cada lugar que recordaba un episodio de la Pasión, meditaba sobre él, daba gracias al Señor por su amor y la Virgen derramaba lágrimas de compasión.

Después de tres años de residencia en Éfeso, María tuvo gran deseo de volver a Jerusalén; la acompañaron Juan y Pedro y creo que muchos apóstoles se hallaban allí reunidos. A la llegada de María y de los apóstoles en Jerusalén, los vi que antes de entrar en la ciudad, visitaron el Huerto de los Olivos, el Monte Calvario, el Santo Sepulcro y todos los Santos Lugares en torno a Jerusalén. 

La madre de Dios se hallaba tan enternecida y llena de compasión, que apenas podía ponerse de pié, Juan y Pedro la conducían sosteniéndola de los brazos. Pasado algún tiempo, María regresó a su morada de Éfeso en compañía de San Juan.

A pesar de su avanzada edad, la Santa Virgen no manifestaba otras señales de vejez que la expresión del ardiente deseo que la consumía y la impulsaba en cierto modo a su transfiguración. 

Tenía una gravedad inefable, jamás la vi reírse, únicamente sonreírse con cierto aire arrebatador. Mientras más avanzada en años, su rostro se ponía más blanco y diáfano. Estaba flaca pero sin arrugas, ni otro signo de decrepitud, había llegado a ser un puro Espíritu.

Por último llegó para la Madre de Jesús, la hora de abandonar este mundo y unirse a su Divino Hijo. En su alcoba encortinada de blanco, la vi tendida sobre una cama baja y estrecha; su cabeza reposaba sobre un cojín redondo. Se hallaba pálida y devorada por un deseo vehemente. Un largo lienzo cubría su cabeza y todo su cuerpo, y encima había un cobertor de lana obscura.

Pasado algún tiempo, vi también mucha tristeza e inquietud en casa de la Santa Virgen. La sirvienta estaba en extremo afligida, se arrodillaba con frecuencia en diversos lugares de la casa y oraba con los brazos extendidos y sus ojos inundados de lágrimas. 

La Santa Virgen reposaba tranquila en su camastro, parecía ya llegado el momento de su muerte. Estaba envuelta en un vestido de noche y su velo se hallaba recogido en cuadro sobre su frente, solo lo bajaba sobre su rostro cuando hablaba con los hombres. Nada le vi tomar en los últimos días, sino de tiempo en tiempo una cucharada de un jugo que la sirvienta exprimía de ciertas frutas amarillas dispuestas en racimos.

Cuando la Virgen conoció que se acercaba la hora, quiso conforme a la Voluntad de Dios, bendecir a los que se hallaban presentes y despedirse de ellos. Su dormitorio estaba descubierto y Ella se sentó en la cama, su rostro se mostraba blanco, resplandeciente y como enteramente iluminado. 

Todos los amigos asistentes se hallaban en la parte anterior de la sala. Primero entraron los Apóstoles, se aproximaron uno en pos del otro al dormitorio de María y se arrodillaron junto a su cama. 

Ella bendijo a cada uno de ellos, cruzando las manos sobre sus cabezas y tocándoles ligeramente las frentes. A todos habló e hizo cuanto Jesús le hubo ordenado. Ella habló a Juan de las disposiciones que debería de tomar para su sepultura, y le encargó que diese sus vestidos a su sirvienta y a otra mujer pobre que solía venir a servirla. Tras de los Apóstoles, se acercaron los discípulos al lecho de María y recibieron de ésta su bendición, lo mismo hicieron las mujeres. Vi que una de ellas se inclinó sobre María y que la Virgen la abrazó.

Los Apóstoles habían formado un altar en el Oratorio que estaba cerca del lecho de Santa Virgen. La sirvienta había traído una mesa cubierta de blanco y de rojo, sobre la cual brillaban lámparas y cirios encendidos.

María, pálida y silenciosa, miraba fijamente el cielo, a nadie hablaba y parecía arrobada en éxtasis. Estaba iluminada por el deseo, yo también me sentí impelida de aquel anhelo que la sacaba de sí. ¡Ah! Mi corazón quería volar a Dios juntamente con el de Ella. 

Pedro se acercó a Ella y le administró la Extremaunción, poco más o menos como se hace en el presente, enseguida le presentó el Santísimo Sacramento. La Madre de Dios se enderezó para recibirlo y después cayó sobre su almohada. 
Más información sobre descubrimiento en Efeso

Los Apóstoles oraron por algún tiempo, María se volvió a enderezar y recibió la sangre del Cáliz que le presentó Juan. En el momento en que la Virgen recibió la Sagrada Eucaristía, vi que una luz resplandeciente entraba en Ella y que la sumergía en éxtasis profundo. El rostro de María estaba fresco y risueño como en su edad florida. Sus ojos llenos de alegría miraban al Cielo.

Entonces vi un cuadro conmovedor; el techo de la alcoba de María había desaparecido y a través del cielo abierto, vi la Jerusalén Celestial. De allí bajaban dos nubes brillantes en la que se veían innumerables ángeles, entre los cuales llegaban hasta la Sma. Virgen una vía luminosa. 

La Santa Virgen extendió los brazos hacia ella con un deseo inmenso, y su cuerpo elevado en el aire, se mecía sobre la cama de manera que se divisaba espacio entre el cuerpo y el lecho. Desde María vi algo como una montaña esplendorosa elevarse hasta la Jerusalén Celestial; creo que era su Alma porque vi más claro entonces una figura brillante infinitamente pura que salía de su cuerpo y se elevaba por la Vía Luminosa que iba hasta el Cielo. 

Los dos coros de ángeles que estaban en las nubes, se reunieron más abajo de su Alma y la separaron de su cuerpo, el cual en el momento de la separación, cayó sobre la cama con los brazos cruzados sobre el pecho.

Mis abiertos ojos que seguían el Alma purísima e inmaculada de María, la vieron entrar en la Jerusalén Celestial y llegar al Trono de la Santísima Trinidad. Vi un gran número de almas entre las cuales reconocí a los Santos Joaquín y Ana, José, Isabel, Zacarías y Juan Bautista venir al encuentro de María con un júbilo respetuoso. 

Ella tomó su vuelo a través de ellos hasta el Trono de Dios y de su Hijo, quien haciendo brillar sobre todo lo demás la Luz que salía de sus llagas, la recibió con un Amor todo Divino, la presentó como un cetro y le mostró la Tierra bajo sus pies como si confiriese sobre Ella algún Poder Celestial. Así la vi entrar en la Gloria y olvidé todo lo que pasaba en torno de María sobre la Tierra.

Después de ésta visión, cuando miré otra vez a la Tierra, vi resplandeciente el cuerpo de la Sma. Virgen. Reposaba sobre el lecho, con el rostro luminoso, los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre su pecho. Los Apóstoles, discípulos y santas mujeres, estaban arrodillados y oraban en derredor del cuerpo. 

Después vi que las santas mujeres extendieron un lienzo sobre el Santo Cuerpo y los Apóstoles con los discípulos se retiraron en la parte anterior de la casa. Las mujeres se cubrieron con sus vestidos y sus velos, se sentaron en el suelo y ya arrodilladas o sentadas, cantaban fúnebres lamentaciones. 

Los Apóstoles y los discípulos se taparon la cabeza con la banda de tela que llevaban alrededor del cuello y celebraron un oficio funerario; dos de ellos oraban siempre alternativamente a la cabeza y a los pies del Santo Cuerpo.

Luego las mujeres quitaron de la cama el Santo Cuerpo con todos sus vestidos y lo pusieron en una larga canasta llena de gruesas coberturas y de esteras, de suerte que estaba como levantado sobre la canasta. Entonces dos de ellas pusieron un gran paño extendido sobre el cuerpo y otras dos la desnudaron bajo el lienzo, dejándole solo su larga túnica de lana. 

Cortaron también los bellos bucles de los cabellos de la Santa Virgen y los conservaron como recuerdo. Enseguida el santo Cuerpo fue revestido de un nuevo ropaje abierto y después por medio de lienzos puestos debajo, fue depositado respetuosamente sobre una mesa y sobre la cual se habían colocado ya los paños mortuorios y las bandas que se debían de usar. 

Envolvieron entonces el Santo Cuerpo con los lienzos desde los tobillos hasta el pecho y lo apretaron fuertemente con las fajas. La cabeza, las manos y los pies, no fueron envueltos de esa manera; enseguida depositaron el Cuerpo Santo en el ataúd y lo colocaron sobre el pecho una Corona de flores blancas, encarnadas y celestes como emblema de su Virginidad.

Entonces los Apóstoles, los discípulos y todos los asistentes, entraron para ver otra vez antes de ser cubierto el Santo Rostro que les era tan amado. Se arrodillaron y lloraron alrededor del Santo Cuerpo, todos tocaron las manos atadas de Nuestra Madre María como para despedirse y se retiraron. 

Las mujeres le dieron también los últimos adioses, le cubrieron el rostro, pusieron la tapa en el ataúd y le clavaron fajas de tela gris en el centro y en las extremidades. 

Enseguida colocaron el ataúd en unas andas, Pedro y Juan lo condujeron en hombros fuera de la casa. Creo que se relevaban sucesivamente, porque más tarde vi que el féretro era llevado por seis Apóstoles. 

Llegados a la sepultura, pusieron el Santo Cuerpo en tierra y cuatro de ellos, lo llevaron a la caverna y lo depositaron en la excavación que debía de servirle de lecho sepulcral. Todos los asistentes entraron allí uno por uno, esparcieron aromas y flores en contorno, se arrodillaron orando y vertiendo lágrimas y luego se retiraron.

Por la noche muchos Apóstoles y santas mujeres, oraban y cantaban cánticos en el jardincito delante de la tumba. Entonces me fue mostrado un cuadro maravillosamente conmovedor: Vi que una muy ancha vía luminosa bajaba del cielo hacia el sepulcro y que allí se movía un resplandor formado de tres esferas llenas de ángeles y de almas bienaventuradas que rodeaban a Nuestro Señor y el Alma resplandeciente de María. 

La figura de Jesucristo con sus rayos que salían de sus cicatrices, ondeaban delante de la Virgen. 

En torno del Alma de María, vi en la esfera interior, pequeñas figuras de niños, en la segunda, había niños como de seis años y en la tercera exterior, adolescentes o jóvenes; no vi distintamente más que sus rostros; todo lo demás se me presentó como figuras luminosas resplandecientes.

Cuando esta visión que se me hacía cada vez más y más distinta hubo llegado a la tumba, vi una vía luminosa que se extendía desde allí hasta la Jerusalén Celestial. Entonces el Alma de la Santísima Virgen que seguía a Jesús, descendió a la tumba a través de la roca y luego uniéndose a su Cuerpo que se había transfigurado, clara y brillante se elevó María acompañado de su Divino Hijo y el coro de los Espíritus Bienaventurados hacia la Celestial Jerusalén. 

Toda esa Luz se perdió allí, ya no vi sobre la Tierra más que la bóveda silenciosa del estrellado Cielo.

Como Santo Tomás no llegó a tiempo a despedirse de la Madre y tampoco pudo asistir al Santo Entierro; él tenía en su mente y corazón, llegar a tiempo. Pero al enterarse del desenlace por medio de los demás Apóstoles, él se puso triste y lloroso y se lamentaba no haber llegado a tiempo. 

El, interiormente tenía el deseo vehemente de verla por última vez y así se los hizo saber a los demás. Ya habían pasado varios días de lo del entierro; todos querían volver al Sepulcro y acceder a la petición de Tomás. 

Tomaron una resolución y al día siguiente muy de mañana, emprendieron el camino al Sepulcro de Nuestra Santa Madre. 

Estando enfrente del Sepulcro, quitaron la piedra-sello de la entrada y ¡Oh! Maravilla de Maravillas, de la bóveda salía un suave aroma de perfume de Rosas frescas; todos al sentir ese perfume, se sintieron conmovidos y perplejos.

Se miraron unos a otros preguntándose en silencio, con la mirada y con señas en las manos: “¿Entramos?” y aún mirándose entre ellos, todos asintieron con la cabeza y traspasando la bóveda, entraron al Santo Sepulcro hacia el sitio donde depositaron el ataúd que contenía el Cuerpo Santísimo de la Virgen María.

Más grande fue la emoción y sorpresa entre ellos al ver que en el sitio solo habían Rosas frescas, fragantes y olorosas y significaban que el Señor había venido a buscar a su Santísima Madre para llevarla a su Gloria Celestial y Su Cuerpo no sufra la corrupción […] ».




Ana Catalina Emmerich (1774-1824), beatificada por S. Juan Pablo II en 2004.

Aclaración:


Esta narración de Ana Catalina Emmerich corresponde a visiones personales que ella testimonia haber tenido. En la Iglesia estas son llamadas “revelaciones privadas” que según se señala en el Catecismo de la Iglesia Católica… “no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.” (Catecismo N° 67)


Fuente: Autores Católicos. Revelaciones de Sor Ana Catalina Emmerich.
Mística alemana 1774-1824.
Religiosa agustina .


Fue exclaustrada a la fuerza por la invasión napoleónica.


Sus revelaciones místicas eran tan detalladas que ayudaron a descubrir la casa de la Virgen en Efeso.

jueves, 6 de enero de 2022

La adoración de los Reyes Magos según la beata Ana Catalina Emmerich ( divulgación)

 

La adoración de los Reyes Magos según la beata Ana Catalina Emmerich (divulgación)


Beata Ana Catalina Emmerich

La adoración de los Reyes Magos
Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro semejante a la luna cuando aparece; montaron entonces nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al Oriente hacia la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura donde los ángeles se habían aparecido a los pastores.
Cuando hubieron llegado cerca de la tumba de Maraha, en el valle que está detrás de la gruta del Pesebre, se apearon. Sus gentes deshicieron muchos envoltorios, levantaron una gran carpa que llevaban e hicieron otros arreglos, con ayuda de algunos pastores que les indicaron los sitios más convenientes.

Dibujo a lápiz de H. Hofmann de la serie de 1887 de Hofmann: Kommet zu mir! Bilder aus dem Leben des Heilandes; Festgabe für Christliche Familien (Come Unto Me).
Wikicommons. Dominio Público






El campamento se hallaba en parte arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante, sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella pareció crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria de luz.
Yo los vi mirando primero todo con un aire de gran asombro. Estaba oscuro; no veían ninguna casa sino tan solo la forma de una colina semejante a una muralla. De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en medio de la luz la figura resplandeciente de un niño.
Todos se destocaron para demostrar su respeto; luego los tres Reyes fueron hacia la colina y encontraron la puerta de la gruta. Ménsor la abrió, viéndola llena de una luz celeste, y al fondo a la Virgen, sentada, sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en sus visiones.
Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que acababa de ver.
Entonces José salió de la gruta, acompañado por un viejo pastor, para ir a su encuentro. Los tres Reyes le dijeron con toda sencillez cómo habían venido para adorar al rey recién nacido de los judíos, cuya estrella habían visto, y para ofrecerle sus presentes. José los acogió muy afectuosamente, y el anciano pastor los acompañó hasta su séquito y los ayudó en sus arreglos, junto con otros pastores que se encontraban allí.
Ellos mismos se prepararon como para una ceremonia solemne.
Los vi ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo. Tenían un reflejo brillante, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su alrededor. Eran estas las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo esto con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido por cuatro personas de su familia, además de algunos servidores de Ménsor que llevaban una mesa pequeña, una carpeta con flecos y otros objetos.
Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el alero que estaba delante de la gruta, cubrieron la mesa con la carpeta y cada uno de ellos puso encima las cajas de oro y los vasos que desprendieron de su cintura: eran los presentes que ofrecían entre todos.
Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una tela sobre el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás; otros dos los siguieron con la mesa, sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen, Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla en tierra, los depositó respetuosamente a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los cuatro hombres de su familia que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían quedado atrás, cerca de la entrada.
Cuando se adelantaron, estaban como ebrios de alegría y de emoción, e inundados por la luz que llenaba la gruta. Sin embargo, allí solo había una luz: la Luz del mundo.

Hans Thoman. Escultura de Madera. 1515-1520
Fuente: Wikicommons

María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada sobre una especie de alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado dentro de una gamella cubierta con una carpeta y colocada sobre una tarima, en el lugar en que había nacido; pero en el momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen se sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto también por su amplio velo.
Ménsor se arrodilló, y colocando los presentes ante él, pronunció palabras conmovedoras rindiéndole homenaje, cruzando las manos sobre el pecho e inclinando su cabeza descubierta.
Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el cual miraba con semblante amable desde el centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre sostenía su cabecita con uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro. Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a su alrededor.
¡Oh, qué felices se sentían de adorar al Niño Rey aquellos buenos hombres venidos de Oriente!
Viendo esto me decía a mí misma: «Sus corazones son puros y sin mancha, llenos de ternura y de inocencia como corazones de niños piadosos. No hay nada violento en ellos, y, sin embargo, están llenos de fuego y de amor. Yo estoy muerta, yo no soy ya más que un espíritu; de otro modo no podría ver esto, pues esto no existe ahora, y, sin embargo, existe ahora; pero no existe en el tiempo; en Dios no hay tiempo; en Dios todo es presente; yo estoy muerta, ya no soy más que un espíritu». Mientras me asaltaban aquellos pensamientos tan extraños, escuché una voz que me decía: «¿Qué te puede importar eso? Mira y adora al Señor, que es eterno y en quien todo es eterno».
Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo, afiladas en la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó humildemente sobre las rodillas de la Santísima Virgen al lado del Niño Jesús. Ella lo tomó con un agradecimiento lleno de gracia y lo cubrió con un extremo de su manto. Ménsor dio aquellas pequeñas barras de oro, virgen porque era muy sincero y caritativo, y buscaba la verdad con un ardor constante e inquebrantable.
Domenico Ghirlandaio - Adoración de los magos

Domenico Ghirlandaio - Adoración de los magos.1488 

                  Fuente: Wikicommons



Después se retiró, retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se adelantó con los suyos y se arrodilló con una profunda humildad, ofreciendo su presente con palabras conmovedoras. Era un vaso de oro para poner el incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verdoso; lo puso sobre la mesa delante del Niño Jesús. Saír dio el incienso, porque era un hombre que se conformaba respetuosamente y desde el fondo de su corazón, a la voluntad de Dios y la seguía con amor. Se quedó largo rato arrodillado con un gran fervor antes de retirarse  […].
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Fue beatificada por el papa Juan Pablo II en 2004.


miércoles, 14 de abril de 2021

La Gesta de las expediciones (relato)

La Gesta de las expediciones (relato)

⌚ 3 min.

Juan B. Lorenzo de Membiela

Publicado por  El Español

Fuente: Wikicommons

Todas las exploraciones descritas en este s. XVI participaron de un idéntico elemento de aventura mecido en las manos de un azar caprichoso. Esta característica siempre acompañó a España en su periplo descubridor de mundos. Derrotas difíciles por mares incógnitos porque solamente quienes se arriesgan a perderlo todo pueden llegar o a tocar los límites de lo desconocido o a perderse en la oscuridad del olvido.

Según los datos de Chaunu en «Seville et l `Atlantique», de los 10438 buques que salieron de España entre 1500 a 1650 solo regresaron 7323, un 70%. Junto a los naufragios e imprevistas calamidades se unía el tiempo de las travesías, más incierto contra más intrépida era la exploración.

A título expositivo, desde 1526 y hasta 1925, se contabilizaron en el Estrecho 205 naufragios de barcos de toda clase y nacionalidad. Durante los siglos XV y XVI únicamente zozobraron barcos españoles y algunos piratas holandeses (Holanda se emancipó de España en 1581 y alcanzó la independencia en 16481).

Quiero señalar con ello un rasgo de estos españoles, fruto de su espíritu audaz y de un carácter sobrio y austero - a la usanza española- que asumían todo género de peligros poniéndose en manos de la Providencia y en la voluntad de lo más Alto. Sí, eran incursiones comprometidas y sacrificadas, en donde algunos hombres, como refirió Kierkegaard, hallan un sentido a la vida. O, tal vez, encontrasen un sentido más universal que traspasaba la simple individualidad porque llevaban tras de si una civilización construida sobre el sentido humano y trascendente de la existencia.

Los viajes por los mares australes suponían – aun hoy suponen- asumir lances temerarios, peligros innombrables. Los vendavales y las borrascas, de lluvia o nieve, azotaban a las embarcaciones condenándolas a un naufragio o a una desaparición en lo profundo de las distancias.

Entre los paralelos 40 °S. y 50° S. del hemisferio austral, los vientos tienden a acelerarse sobre aguas que esconden fuertes corrientes castigando a la nave con abruptas singladuras. El aire frio y la falta de accidentes geográficos crean monstruos climáticos y olas de más de diez metros que son conocidos como los 40 rugientes. Buena cuenta de ello dieron muchas embarcaciones y tripulaciones españolas perdidas para siempre.

Entre los 50 ° S. y 60 ° S. se encuentran los 50 aulladores que convierten las rutas marítimas en corredores de la muerte. Magallanes fue el primero en escuchar estos vientos y sentir su fiero oleaje. Alcanzan los 150 km. y las olas llegan a los 30 metros.

Existen más allá de los 60 ° S. los llamados 60 bramadores, pero es un territorio prohibido para mortales en donde se fraguan las borrascas más obscuras. De todos estos puntos geográficos viene la frase conocida entre navegantes […] debajo de los 40 grados sur no hay ley; debajo de los 50 grados sur no hay Dios […] .


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1. Vid. Lorenzo de Membiela, Juan B. (2020): Estudios sobre Trafalgar: Tempestad, Marinos e Imperio.

martes, 19 de enero de 2021

Consideraciones para mejorar la ventilación (investigación)


 Consideraciones para mejorar la ventilación

Debe recordarse que nos enfrentamos a un patógeno de nivel 4 de bioseguridad , alta letalidad.

Considere mejorar o actualizar el sistema de ventilación y tomar otras medidas para aumentar la circulación de aire puro y reducir la presencia de posibles contaminantes. 

Consulte con profesionales expertos en sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado cuando considere cambiar los sistemas y equipos. Algunas de las siguientes recomendaciones se basan en la Guía de operaciones en edificios durante la pandemia del COVID-19ícono de pdfícono de sitio externo de la American Society of Heating, Refrigerating, and Air-Conditioning Engineers (ASHRAE, por sus siglas en inglés).


¿Ventilación? Fuente: Pixabay. Licencia CC0


Además de su aplicación en edificios, las consideraciones de ventilación también son importantes ante la presencia de varias personas dentro de un mismo vehículo, incluido el transporte público (autobuses, subterráneos, trenes, autobuses escolares y vehículos de uso compartido). No todas las consideraciones pueden aplicarse a todas las situaciones.



Las mejoras de ventilación pueden incluir algunas o la totalidad de las siguientes consideraciones:

  • Aumentar la ventilación al exterior, con cautela en zonas de alta contaminación.
  • Si las condiciones climáticas lo permiten, aumentar el ingreso de aire fresco del exterior abriendo ventanas y puertas. No abra las puertas y ventanas si hacerlo representa un riesgo de salud o seguridad (p. ej., riesgo de caer, riesgo de provocar síntomas de asma) para los ocupantes del edificio.
  • Usar ventiladores para potenciar la efectividad de las ventanas abiertas. Para lograrlo de manera segura, es importante tener en cuenta la ubicación de los ventiladores, la cual dependerá de la configuración de la habitación. 
  • Evite ubicar los ventiladores de manera tal que puedan provocar que el aire contaminado fluya directamente de una persona a otra. Una estrategia útil es usar un ventilador de ventana, ubicado de manera segura en una ventana, para extraer el aire de la habitación hacia el exterior.
  • Esto ayudará a llevar aire puro a las habitación a través de las ventanas y puertas abiertas sin generar grandes corrientes de aire en la habitación.
  • Reducir la ocupación en las áreas en las que no se puede aumentar la ventilación exterior.
  • Garantizar que los sistemas de ventilación funcionen correctamente y propicien una calidad de aire aceptable en el interior de acuerdo al nivel de ocupación de cada espacio.
  • Siempre que sea posible, aumentar el flujo de aire en los espacios ocupados.
  • Apagar los controles de ventilación a demanda (DCV, por sus siglas en inglés) que reducen el suministro de aire con base en la ocupación o temperatura durante los horarios de ocupación. 
  • En casas y edificios donde el funcionamiento del ventilador de los sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado puede controlarse desde el termostato, configure el ventilador en la posición "encendido" en lugar de "automático", lo que hará que el ventilador funcione de manera continua, incluso cuando no sea necesaria la calefacción o el aire acondicionado.
  • Abrir los reguladores de aire del exterior más allá de la configuración mínima para reducir o eliminar la recirculación de aire del sistema de calefacción, ventilación y aire acondicionado. 
  • Si el clima es templado, esto no afectará el confort térmico ni la humedad. Sin embargo, puede ser difícil implementar esto con clima frío, caluroso o húmedo.
  • Mejorar la filtración central del aire:
    • Aumente el modo de filtración de aireícono de sitio externo hasta la configuración más alta posible sin reducir significativamente el flujo de aire.
    • Inspeccione la carcasa y los portafiltros para garantizar un ajuste adecuado del filtro y haga los controles necesarios para reducir las fugas.
    • Revise los filtros para garantizar que se encuentren dentro de su período de vida útil y estén correctamente instalados.
  • Garantizar que los extractores de aire de los baños funcionen con capacidad total cuando el edificio está ocupado.
  • Inspeccionar y mantener la ventilación con extractor en áreas como cocinas y zonas de preparación de comidas, etc. Ponga en funcionamiento estos sistemas siempre que estos espacios estén ocupados. Evalúe hacer funcionar estos sistemas, incluso cuando el espacio específico no esté ocupado, para aumentar la ventilación total dentro del edificio ocupado.
  • Considerar el uso de sistemas de ventilación/filtración de partículas de alta eficiencia (HEPA) portátiles para ayudar a optimizar la purificación del aire (especialmente en áreas de riesgo más alto, como la enfermería, o en zonas habitadas frecuentemente por personas con mayor probabilidad de tener COVID-19 y/o con mayor riesgo de contraer COVID-19).
  • Generar movimiento de aire limpio a menos limpio reevaluando la ubicación de los difusores de suministro y extracción de aire y/o los reguladores (especialmente en áreas de mayor riesgo).
  • Considerar el uso de irradiación germicida ultravioleta (UVGI, por sus siglas en inglés) como complemento para ayudar a inactivar el SARS-CoV-2, especialmente si las opciones para aumentar la ventilación ambiental son limitadas. 
  • Los sistemas UVGI superioresícono de pdf pueden utilizarse para purificar el aire dentro de espacios ocupados, y los sistemas UVGI de conducto pueden ayudar a mejorar la purificación del aire dentro de los sistemas de ventilación central  […]  .
Fuente : CDC