El general Lezo o el infortunio del héroe
«[…] ¿Cómo ese manco, cojo y tuerto había podido alzarse contra un ejército tantas veces superior en hombres y en armamento? […]» Pérez Foncea, 2012.
El 4 de febrero de 2014, en reunión mantenida en el Cuartel General de la Armada con el Ayuntamiento, se acordó emplazar el monumento al marino Blas de Lezo en la plaza de Colón de Madrid. Es el primero que se erige en España por suscripción popular desde el siglo XIX.
La semblanza del marino fue impulsada en España por el diplomático colombiano Pablo Victoria en su obra El día que España derrotó a Inglaterra.
Murallas de Cartagena de Indias (Colombia)
No es extraño, tampoco es la primera vez, que desde fuera de este país deban decirnos qué héroes hemos forjado. España no es generosa en reconocer las virtudes del compatriota. Pasó con
Cervantes y con otros muchos. Lo dijo Fernando Díaz-Plaja, en su obra El español y los siete pecados capitales: «Parece mentira que el pueblo más generoso del mundo sea probablemente el más envidioso; una de tantas paradojas del alma española». Y lo explicó Ortega en su obra La España invertebrada: «[…] la envidia es la falta de afán de enriquecer nuestra vida con la del prójimo». Explicaciones todas que guarecen tras de sí la huella inquietante del mysterium inequitatis.
Lezo era guipuzcoano, nacido en Pasajes en 1687. Se educó en Francia hasta 1701 ingresando en la Armeé Royale como guardia marina. Fue destinado al navío Foudroyant, insignia de la flota francesa de Tolón, bajo el mando del conde de Toulouse, Luis Alejandro de Borbón, tío de nuestro rey Felipe V, en 1704.
Su primera acción de guerra sucedió frente a las costas de Vélez-Málaga en este mismo año […]
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