La importancia de la educación en un mundo sin formas ( 2 min.)
por
Juan B. Lorenzo de Membiela
Los modales imprimen ritmo a una organización. Permiten que varias personas trabajen juntas, se agraden o no (Ivancevich ,2006). Pero la cortesía no es valorada por los jóvenes provocando que lo atávico se manifieste imponiendo jerarquías de dominación. Mucha de la problemática de la empresa, pública o privada, de su eficiencia, de su valor, de su confort, obedece a estas deficiencias culturales.
La organización es un sistema vivo en donde lo emocional desempeña una función estratégica tanto o más esencial que los objetivos. Hablo, incluso, de la burocracia maquinal en donde la interpretación de las normas siempre facilita un humanismo del que brotan compromisos sinceros en beneficio de la empresa. Para ello hace falta una consciencia previa, inculcada o innata, de lo que es el trabajo y lo que significa para el hombre. Muy pocas veces se encuentra esa «sensibilidad ».
La cortesía facilita la vida en sociedad haciéndola más confiable, humana, sincera, solidaria. Se trata de controlar los instintos animales para mantener un medio laboral y social sostenible. Nuestra civilización se edifica sobre la dignidad de la persona, rechaza la tiranía de lo natural: la opción del fuerte sobre el débil, el abandono del incapaz, la sinrazón de la fuerza bruta física o psíquica, la competencia por la comida, la destrucción por el poder, la violencia por el espacio.
Lo que distingue al hombre del resto de especies es la llamada « eusociabilidad » junto al altruismo (Wilson, 2012): « miembros de grupos que contienen múltiples generaciones y que están dispuestos a realizar actos altruistas como parte de su división de trabajo ».
Esa cooperación se edificó sobre códigos de comportamiento que inspirasen confianza y seguridad. La cooperación como herramienta de prosperidad: respeto para lo individual y compromiso para la comunidad.
El modernismo, el movimiento de mayo de 1968 francés y sus repercusiones políticas años después; las tendencias de consumo de masas, la lucha contra la autoridad por sí misma, la crisis de las ideologías, el despotismo de lo económico, los procesos de ingeniería social y manipulación de masas, motivaron que los modales fueran tenidos como anticuados. Reminiscencias de un mundo necesitado de ser olvidado. Ansias por controlar sociedades que no opongan resistencias para reeducaciones viciadas.
Se anhelaba la libertad de las formas en cualquier medio y modo: se abandonó el cuidado personal sin aumentar la interna, se fomentó la permisibilidad , se relativizó la moral, se desvalorizó el respeto , la atención a las personas mayores y , junto a ellas, a todos los especialmente vulnerables ante una incipiente depravación que como toda degeneración es insaciable.
Las buenas maneras, como razona Hilmann, se nutren de los valores que imperan en una sociedad (2005:589) y sin duda la erosión de aquellos ha traído las intemperancias de hoy .La soledad de una sociedad que se construye sobre el aislamiento y dolor de sus miembros.
Ni siquiera la memoria de los muertos, impedidos de proteger en vida su honor, inhibe a quienes persiguen obtener en la muerte lo que no se atrevieron a cuestionar en vida. Siempre la leña del árbol caído como añagaza del nuevo hombre. La agresión destructiva hacia lo inerte. No hay mayor evidencia del fracaso de lo civilizado.
Todo tiene un inicio y este era propicio para alcanzar lo que antes era patrimonio de lo furtivo. La necesidad de buena fe en las relaciones sociales fue sustituida por una desconfianza, cautelosa, la palabra por la firma en documento público y, con ello, la imposibilidad para el compromiso que incapacita asumir sacrificios. Lo expreso Rubén Darío:
« Raras veces he encontrado
la lealtad con la expresión,
la caricia en el saludo
y el pensamiento en la voz[…] » .
El postmodernismo y sus consecuencias: relativismo, hedonismo, negación del dolor y de la muerte, exaltación de la soberbia y la superficialidad como « indicios » de superioridad social, no han hecho más que agudizar el deterioro en las relaciones interpersonales. Las percepciones se sometieron a la razón. La astucia sustituyó a la verdad de los hechos. Nada positivo se puede construir sobre el engaño, pero se intenta siempre.
Hoy, la cortesía se hace más precisa que nunca porque la fría lógica de unos hechos no basta a las emociones humanas. En escenarios críticos los valores que perviven en los modales hacen la vida menos árida, más entusiasta, más segura.
En un blog de internet surgió, hace pocas semanas, un debate sobre el silencio de las empresas que recibían currículos de quienes buscan trabajo. Es frecuente pensar que la falta de contestación sea una negativa a lo pedido. Uso social impuesto por un minimalismo sin matices.
Lo que produce esa indiferencia, podríamos creer, se acerca más a una torpeza que en el mayor número de veces no obedece a la intención de nadie y solamente a una imprevisión del responsable de comunicación.
Aconseja Drucker: « Considere que los modales son la manifestación externa de una simpatía hacia los sentimientos de los demás » (2001:337).
Y Tom Peters, autor de la obra « En busca de la excelencia»: « ¡Cortesía! ¡Cortesía! ¡Cortesía!. A más cólera, más cortesía. Punto » (2010:123).
Hablamos de la cortesía sincera, no de la falsa cortesía, tan inoportuna como fingida. Aquella versada por Rubén Darío:
«[…] Los rostros han sido máscaras
el abrazo una ficción
y la sonrisa una burla
y el compañero un traidor(…) » .
Que rompe la cooperación del grupo en beneficio particular. Que rompe lo civilizado en provecho de la barbarie.