Relaciones de trabajo y ética humanista sin justicia y verdad
por
Juan B Lorenzo de Membiela
Si los valores clásicos han permitido alcanzar un
alto grado de civilización, proscribiendo la barbarie ( hasta cierto punto) también han facilitado que el « poder »
los aproveche en interés no del estado-nación sino de quienes lo detentan.
Los creados por el postmodernismo
de marcado carácter económico (hedonismo, consumismo, libertad sin responsabilidad, relativismo), al
prescindir del valor persona sucumbe
ante una cruenta insolidaridad que
atomiza la sociedad.
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El
consumismo, por ejemplo, se alza como
una solución « de posibilidades » pero
convierte a la persona en un input
económico, a una cosificación rechazable por el trasfondo totalitario que
encierra.
El PIB, concretamente, incluye el consumo como uno de sus factores
que lo cuantifican positiva o negativamente.
No sólo los totalitarismos
ideológicos, también los totalitarismos emocionales, generados por el neoliberalismo y las nuevas estrategias políticas cuestionan el axioma de Francis Fukuyama
sobre el fin de la historia tras la caída de los países comunistas.
La
concepción tradicional de lo que ha sido una relación de trabajo ha cambiado. Y con ello los valores que la
cimentaban: la lealtad, la lucha por
unos objetivos, el compromiso, la confianza, el valor, la pertenencia a una organización, el
compañerismo, la generosidad, el sacrificio, el esfuerzo.
Como
reflexiona Giddens sobre estudios de Sennett, cuando la vida se convierte en una serie de ocupaciones
autónomas e independientes, el largo plazo no existe, no se crean vínculos sociales y la confianza es
fugaz.
Es
lo que han denominado corrosión del
carácter, valores del «capitalismo
flexible »: la contingencia de lo responsable, que como categoría moral
se difumina. Para Durkheim, en el siglo XIX, el trabajo fragmentado conduce a
la anomia por no tener sentido.
La ambigüedad, la incertidumbre y la negación
del fracaso, como explica Helena Béjar, son
nuevos principios. Y por ello, sustitutos de otros contrarios que
enriquecían el espíritu del hombre haciéndolo más libre, pero una libertad con responsabilidad. No es fácil.
Estos
cambios culturales para Konrad Lorenz
constituyen la « neofilia »: gusto por
lo novedoso y relajación de jerarquías y en consecuencia, rechazo de lo conocido. Este
comportamiento, propio de sistemas inmaduros, convulsiona como mecánica para adecuar su capacidad presunta a su
capacidad real.
Junto
al rechazo de valores tradicionales, la globalización económica juega en contra
de los países occidentales y de su estabilidad.
Hoy ante incertidumbres ideológicas y sociales cabe
referir las reflexiones de Joan A.
Martínez en su recensión a un estudio de
Romanet y Aguirre[7],
en el que el miedo al futuro y el
desamparo dibuja un panorama construido
sobre las siguientes características:
a) Regresión
intelectual debida al ascenso del irracionalismo.
b) Vulgarización y uniformización de los contenidos
culturales en beneficio de la desinformación que fundamenta una mayor manipulación.
c) Relativismo cultural que, bajo la coartada de
defender la multiplicidad de culturas, atomiza los valores y socava la idea de
unos derechos humanos universalmente válidos, amenazando incluso a aquéllos ya
reconocidos e instituidos.
d) Búsqueda de identidad por el desarraigo general
que motiva una crisis conceptual e intelectual.
e) Progreso material sin progreso moral.
f) Futuro social sin ética humanista, justicia y
verdad.
La pregunta es ¿qué consecuencias producirá esta situación? No quiero pensar que todo será aprovechado por los profesionales de la politica para conservar sus privilegios y su poder para excluir a disidentes.
Martínez, J.A., recensión sobre « Aguirre,
M., y Ramonet, I.: Rebeldes, dioses y
excluidos. Para comprender el fin del milenio, Icaria, col . Más Madera, Barcelona,
1998 » .Anuario
de Filosofía del Derecho, 2000, t. XVII, pp. 555-58.