y tan a la sombra vela
que entre las sombras se ofusca.
Frente por frente a sus ojos
deja escapar por los vidrios
55
la luz que dentro le alumbra;
mas ni en el claro aposento,
ni en la callejuela oscura,
rumor sospechoso turba.
60
Pasó así tan largo tiempo,
de si es hombre, o solamente
mentida ilusión nocturna;
pero es hombre, y bien se ve, 65
ganando el centro a la calle
resuelto y audaz pregunta:
-¿Quién va? -y a corta distancia
el igual compás se escucha
70
-¿Quién va? -repite, y cercana
responde: -Un hidalgo, ¡calle! 75
-y el paso el bulto apresura.
-Téngase el hidalgo -el hombre
replica, y la espada empuña.
-Ved más bien si me haréis calle
(repitieron con mesura)
80
que hasta hoy a nadie se tuvo
-dijo el mozo en faz de fuga,
pues teniéndose el embozo
85
sopla un silbato, y se oculta.
Paró el jinete a una puerta,
que llama interior alumbra.
90
-¡Mi padre! -clamó en voz baja.
Y el viejo en la cerradura
a sus gentes que le acudan.
Un negro por ambas bridas
95
como quien tal acostumbra,
100
Asió el brazo al que apostado
hizo cara a Ibán de Acuña,
y huyeron, en el embozo
105
y el sol tocando su ocaso
apaga su luz gigante:
110
El Tajo por entre rocas
115
sus anchos cimientos lame,
las ondas con que las bate.
en las ondas desiguales,
120
como en prenda de que el río
tiende galán por sus márgenes,
de sus álamos y huertos
125
de castillos y de alcázares.
130
Un recuerdo es cada piedra
que toda una historia vale,
Aquí se bañó la hermosa
135
por quien dejó un rey culpable
en esa cuesta que entonces
era un plantel de azahares.
que hicieron puerta los árabes,
subió el Cid sobre Babieca
145
con su gente y su estandarte.
Más lejos se ve el castillo
de San Servando o Cervantes,
y nada al presente se hace.
150
A este lado está la almena
al rey, que supo una tarde
fingir tan tenaz modorra,
155
que político y constante,
tuvo siempre el brazo quedo
Allí está el circo romano,
gran cifra de un pueblo grande, 160
y aquí, la antigua basílica
que oyó en el primer concilio
las palabras de los padres
que velaron por la Iglesia
165
La sombra en este momento
tiende sus turbios cendales
de las pasadas edades,
170
hacia las murallas abren.
Los labradores se acercan
175
se tornan con paso grave,
180
calado el ancho sombrero,
sacudiendo el leve polvo
185
entre la capa el semblante.
190
Los que pasan le contemplan
con decisión de evitarle,
y él contempla a los que pasan
como si a alguien aguardase.
que les proponga un combate;
cual si sintieran dejarle
200
sin que libres sus estoques,
se viene el llano adelante,
la luz del rostro escondida
205
y en lo flexible del talle
puede, a través de los velos
una hermosa adivinarse.
210
Vase derecha al que aguarda
y él al encuentro le sale,
diciendo... cuanto se dicen
en las citas los amantes.
Mas ella, galanterías
215
así al mancebo interrumpe,
Diego Martínez; mi padre,
220
que un hombre ha entrado en su ausencia,
y así, quien mancha mi honra
o dadme mano de esposo,
225
y echando a un lado el embozo,
repuso palabras tales:
230
-Dentro de un mes, Inés mía,
parto a la guerra de Flandes;
y contigo en los altares.
Honra que yo te desluzca,
235
que por honra vuelven honra
hidalgos que en honra nacen.
-Júralo -exclamó la niña.
-Más que mi palabra vale
240
no te valdrá un juramento.
-Diego, la palabra es aire.
-¡Vive Dios que estás tenaz!
-No me basta, que olvidar
245
puedes la palabra en Flandes.
-¡Voto a Dios!, ¿qué más pretendes?
-Que a los pies de aquella imagen
del santo Cristo delante.
250
mas, porfiando que jurase,
llevóle Inés hacia el templo
que en medio la vega yace.
Enclavado en un madero,
255
en duro y postrero trance,
ceñida la sien de espinas,
teñido de negra sangre,
260
y haciendo Inés que Martínez
265
los sagrados pies tocase,
Y ambos del templo se salen.
270
Diego, que a Flandes partió.
275
su vuelta aguardando en vano;
do puso el galán su mano.
280
después de traspuesto el sol,
y el español no volvía.
285
sin dueña y sin escudero,
al alto del Miradero.
290
¡Ay del triste que
consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!
295
La esperanza es de
los cielos
pues los amantes desvelos
cambian la esperanza en celos,
que abrasan el corazón.
300
Si es cierto lo que
se espera,
es un consuelo en verdad;
quien espera desespera.
305
para volver a brotar.
310
con las palabras de un viejo. 315
su propia deshonra atada.
320
Y ambos maldicen su
estrella,
y el viejo nació altanero.
325
y los de Flandes tornaron
a sus tierras a vivir.
330
Diego a Flandes se partió,
mas de Flandes no volvía.
335
doraba el sol de Occidente
miraba Inés la corriente.
340
musgo, espigas y amapolas
ligeramente doblando.
345
creció entre la yerba blanda,
en su cristalina banda.
350
desde la enramada oscura.
355
Y algún pez con cien colores,
saltaba a besar las flores
que exhalan gratos olores
a las puntas de una rama.
360
Y allá en el trémulo fondo
del hueco sombrío y hondo
que habita nocturna bruja.
365
A lo lejos, por el llano,
vio de hombres tropel lejano
que en pardo polvo liviano
dejan envuelto el camino.
375
a las puertas del Cambrón,
más inquieto el corazón.
380
en un caballo andaluz.
385
banda azul, lazo en la hombrera,
y sin pluma al diestro lado
tocando con la gorguera.
390
Bombacho gris guarnecido,
bota de ante, espuela de oro,
hierro al cinto suspendido,
y a una cadena, prendido,
y en la adarga y coselete
diez peones castellanos.
400
Asióse a su estribo Inés,
gritando: -¿Diego, eres tú?
Y él, viéndola de través,
que no me acuerdo quién es!
405
tal respuesta al escuchar,
y a poco perdió el sentido,
sin que más voz ni gemido
volviera en tierra a exhalar. 410
Frunciendo ambas a dos cejas,
diciendo: -¡Malditas viejas
que a las mozas malamente
enloquecen con consejas!
415
las oscuras callejuelas.
420
dispone y permite el cielo
que puedan mudar al hombre
A Flandes partió Martínez
425
y por su suerte y hazañas
allí capitán le hicieron.
alzábase en pensamientos,
430
y tanto ayudó en la guerra
con su valor y altos hechos,
que el mismo rey a su vuelta
le armó en Madrid caballero,
tomándole a su servicio
435
Y otro no fue que Martínez,
quien a poco entró en Toledo,
cual salió humilde y pequeño, 440
ni es otro a quien se dirige,
la amorosa Inés de Vargas,
que vive por él muriendo.
Mas él, que, olvidando todo,
445
puesto que Diego Martínez
ni se ablanda a sus caricias,
ni cura de sus lamentos;
450
que ni él prometió casarse
¡Tanto mudan a los hombres
455
cuanto más ella importuna,
está Martínez severo.
460
prosternada por el suelo.
Mas todo empeño es inútil,
465
porque el capitán don Diego
no ha de ser Diego Martínez,
como lo era en otro tiempo.
Y así llamando a su gente,
de amor y piedad ajeno,
470
mandóles que a Inés llevaran
de grado o de valimiento.
Mas ella, antes que la asieran,
cesando un punto en su duelo,
así habló, el rostro lloroso
475
hacia Martínez volviendo:
-Contigo se fue mi honra,
pues buenas prendas son ambas,
en buen fiel las pesaremos.
480
en la mantilla envolviendo,
Era entonces de
Toledo 485
don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria
cercenado tiene un brazo,
los corchetes a la puerta
495
y en la derecha el bastón.
entre un dosel y una alfombra,
reclinado en un sillón,
500
con que un tétrico escribano
Los asistentes bostezan
505
los jueces, medio dormidos,
sus pergaminos al sol;
510
los que en el mercado venden
515
en faz de gran aflicción,
rojos de llorar los ojos,
ronca de gemir la voz,
520
suelto el cabello y el manto,
diciendo a gritos: -Justicia,
Y a los pies se arroja, humilde, 525
en tanto que los curiosos
calmando la confusión
530
que esta escena ocasionó,
-De una prenda hurtada. 535
-Tienes testigos?
-Ninguno.
Que al partirse de Toledo
-
Presentadme al capitán,
545
Quedó en silencio la sala,
se oyó de botas y espuelas
dijo: -El capitán don Diego.
Y entró luego en el salón
Diego Martínez, los ojos
555
llenos de orgullo y furor.
-¿Sois el capitán don Diego
Contestó, altivo y sereno,
-¿Conocéis a esa muchacha?
-Ha tres años, salvo error.
-¿Juráis no haberlo jurado?
565
-¡Miente! -clamó Inés, llorando
-Mujer, ¡piensa lo que dices!
-Digo que miente: juró.
570
y dispensad que, acusado,
Tornó Martínez la espalda
575
e Inés, que le vio partirse,
-Llamadle, tengo un testigo.
Llamadle otra vez, señor.
580
Volvió el capitán don Diego,
-
Tengo un testigo a quien nunca 585
-¿Estaba en algún balcón?
590
-No, que estaba en un suplicio
donde ha tiempo que expiró.
-Estáis loca, ¡vive Dios!
-El Cristo de la Vega
595
Pusiéronse en pie los jueces
tan excelsa apelación.
600
Reinó un profundo silencio
de vergüenza y confusión.
Un instante con los jueces
605
don Pedro en secreto habló,
-La ley es ley para todos;
tu testigo es el mejor;
610
no hay más tribunal que Dios.
Haremos... lo que sepamos;
escribano: al caer el sol,
al Cristo que está en la vega 615
blandamente se derrama.
620
Plácido aroma las flores,
sus hojas plegando exhalan,
y el céfiro entre perfumes
Brillan abajo en el valle
625
con suave rumor las aguas,
y las aves, en la orilla,
despidiendo al día cantan.
por el Cambrón y Visagra,
630
de Alarcón, lbán de Vargas,
su hija Inés, los escribanos, 635
los corchetes y los guardias;
y detrás monjes, hidalgos,
en la vega les aguarda,
640
Entre ellos está Martínez
calzadas espuelas de oro,
645
con cuatro lazos de plata,
650
y el puño en el de la espada.
le miran de entre las capas:
los chicos, al uniforme,
655
entraron todos al claustro
que iglesia y patio separa.
660
Encendieron ante el Cristo
cuatro cirios y una lámpara,
Está el Cristo de
la Vega 665
la cruz en tierra posada,
los pies alzados del suelo
un notario se adelanta,
670
de modo que con el rostro
A un lado tiene a Martínez;
a otro lado, a Inés de Vargas;
detrás, el gobernador
675
con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
así demandó en voz alta:
680
por boca de Inés de Vargas,
¿juráis ser cierto que un día 685
a vuestras divinas plantas
juró a Inés Diego Martínez
vino a posar en los autos
y allá en los aires «¡Sí juro!»,
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
695
la vista a la imagen santa...
Los labios tenla abiertos
renunció allí mismo Inés,
700
y espantado de sí propio,
Los escribanos, temblando,
dieron de esta escena fe,
firmando como testigos
705
el altar ordenó hacer,
710
donde hasta el tiempo que corre,