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jueves, 12 de abril de 2012

Dignidad del hombre y el hedónico nihilismo ( 2 minutos)


Dignidad del hombre y el hedónico nihilismo ( 2 minutos)

 ©Juan B. Lorenzo de Membiela - Doctor por la Universidad de Valencia,  



 I. Valores 

 Lo deseable sería pedir héroes, inmunes al medio, inmunes a la ingeniería emocional que el entorno despliega para compeler acciones u omisiones. Estrategias domesticadoras de miembros de Poderes independientes, con voluntades objetivas. Pero con subsistir como personas, sin dictar razonamientos transversales a las tesis oficialistas es suficiente.

 El mantener una lealtad jurídica, en el fondo y forma requiere poseer una integridad en el fuero interno que molesta ante una vulgarización creciente con daño grave al Estado. Gregorio Robles, sostiene que la crisis de valores tiene algo de tópico. Fundamenta esta afirmación en los cambios de la sociedad occidental con posturas más laxas sobre postulados, supuestamente indicadores de valores[1]. 

Pero ello no es así. 

La constatación de la crisis de la pareja, el antimilitarismo, la crisis de la familia, el aborto, no es síntoma de una laxitud, podemos llamarlo cambio, sino de una pérdida de los valores morales básicos, aquellos que construyen una convivencia pacífica en cualquier sociedad. Pero lo más grave quizás no sea ese relajamiento, sino la adquisición de otros que basados en la permisibilidad, en el hedonismo, crean Estados invisibles, sin gestión, sin responsabilidad. Espejismo de gestión que causa espejismo de Estado protector. Solo Estado vigilante, Estado coactivo, Estado subjetivo. 

La STSJ de Cantabria, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección 1ª, 20 de marzo de 2009[2], expone un razonamiento valiente que condiciona el relativismo publico cuando dice que la ética moral no se subsume ni se agota con la jurídica, pero sí es ésta el mínimo referente de la convivencia social. El FD quinto expone: 

“(...) Desde dichos planteamientos no cabe hablar de confusión entre ética y Derecho, pues la ética moral no se subsume ni se agota con la jurídica, pero sí es ésta el mínimo referente de la convivencia social, sin que por la parte recurrente se explicite de forma clara las razones por las que dicha ética que "pretende imponerse" no dimana de la "naturaleza humana", concepto éste tan global y amplio como necesitado de precisión al objeto de comprender el por qué los valores y contenidos éticos de la asignatura no dimanan de la misma, y, si efectivamente, el ordenamiento jurídico evoluciona y cambia y con él las reglas de convivencia ciudadana, no podemos por menos de convenir que dichos referentes mínimos a respetar por todos, cualquiera que sean sus íntimas convicciones, no entrañan la sustitución de la ética personal por el Derecho, sin que, por tanto, el consenso en la elaboración de las leyes pueda sustituir a la conciencia e íntimas convicciones religiosas o filosóficas» (fundamentos jurídicos a 17º a 20º)(...)”.

 II. Volatilidad de la conciencia.

 La indefinición de principios , la inconsistencia cognitiva, no es otra cosa que un relativismo de corte nihilista: desvalorización de todos los valores que conduce a una tiranía amoral. 

Si todo carece de sentido se compromete la razón de una sociedad y la dignidad del hombre que la integra. Se merman las bases de Occidente. Se causa su declive y vulnerabilidad letal frente a otras culturas vigorizadas por una emotividad ebria de derechos pero sin deberes.

 El resultado, además, no sería otro que una vuelta a la primigenia atávica del instinto y con ello, la implantación de un modelo social construido sobre el miedo.

 En ese momento el hombre dejará de ser persona o tal vez nos encontremos con el llamado por Rincón Serrano « hombre complejo»: al hombre que se le permite una cierta esquizofrenia para aceptar cambios de comportamiento y de valores a medida que cambian las organizaciones[3]. 

Ello no significa otra cosa que el sometimiento del hombre a la organización y sus valores, rechazando los propios y convirtiéndose, por ello, en un ente dual, productivo y consumista.

 Como destacó Joan Alfred Martínez en 1998 en su recensión a un estudio de Romanet y Aguirre[4], el miedo al futuro y el desamparo dibujó un panorama construido sobre las siguientes características:


a) Regresión intelectual debida al ascenso del irracionalismo. 

b) Vulgarización y uniformización de los contenidos culturales en pro de los intereses comerciales.

 c) Relativismo cultural que, bajo la coartada de defender la multiplicidad de culturas, atomiza los valores y socava la idea de unos derechos humanos universalmente válidos, amenazando incluso a aquéllos ya reconocidos e instituidos. 

d) Búsqueda de identidad por el desarraigo general que motiva una crisis conceptual e intelectual. 

e) Progreso material sin progreso moral. 

f) Futuro social sin ética humanista, justicia y verdad. Todas estas facetas son identificables hoy. 

En este contexto sólo el resurgimiento de la responsabilidad humana, destaca Havel, puede resistirse al automatismo irracional de la devastación, impersonal y amoral. Responsabilidad que no depende de declamaciones institucionales sino del desafío de las acciones cotidianas. Lo insignificante cobra aquí un protagonismo esencial, imprescindible, para ser más precisos.

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[1] Robles, G., Los derechos fundamentales y la ética en la sociedad actual, Civitas, Madrid,,1997, p. 81.

 [2] (JUR 2009,234338).

 [3] Rincón Serrano, A., El individuo y las organizaciones, Ecobook-Editorial del Economista, Madrid, 2006, p. 261.

 [4] Martínez, J.A., recensión sobre « Aguirre, M., y Ramonet, I.: Rebeldes, dioses y excluidos. Para comprender el fin del milenio, Icaria, col . Más Madera, Barcelona, 1998 » .Anuario de Filosofía del Derecho, 2000, t. XVII, pp. 555-58.