Aniquilamiento del espíritu.
(4 min.)
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©Juan Lorenzo de Membiela
Doctor por la UV
Karl Lorenz explica que lo que amenaza la existencia de una especie animal no es el enemigo que con ella se alimenta sino siempre el competidor del enemigo. El ejemplo lo expone en su obra « Sobre la agresión: el pretendido mal ». Cuando el hombre llega a Australia lo hizo con una especie de perro, el dingo. Revertido el animal a su estado salvaje, no acabó con ninguna especie que le proporcionaba sustento pero sí con otras como los grandes marsupiales carnívoros que consumían el mismo alimento.
Lejos del plano etológico y cercanos al social, se constata una transposición de ese ejemplo. El uso del sufrimiento ajeno para alcanzar fines propios y luego desechar al afligido como mercancía usada ha sido visto, por desgracia, en varias ocasiones. Es una práctica rechazable y que responde sólo a un materialismo en ejecución de la máxima de que todo vale para alcanzar el fin, el poder, el beneficio, la ventaja oportunista . Este hecho es reprobable. No cabe en una formación moral mínima pero no he visto ningún texto que lo recoja explícitamente como regla o método de conducta. Al menos en textos contemporáneos. Sí se encuentra, sin embargo, en un código tan lejano en su origen, como es el Bushido o código del guerrero japonés. El Bushido es básico para entender la cultura japonesa, en el pasado y en el presente, y dice: la bondad hacia los débiles, los labriegos o los vencidos, fue siempre exaltada como apropiada particularmente para un Samurái ( Inazo Nítobe,2005) . La bondad doblega bajo su ascenso todo aquello que es un obstáculo para su fuerza, lo mismo que el fuego es vencido por el agua. Conmoverse por la desgracia es la fuente de la belleza. Un hombre bueno está por consiguiente siempre afectado por el espectáculo de los que sufren y se encuentran en dolor.
Pero hoy en nuestra sociedad la reparación del mal que causó ese dolor es ignorada y molesta al « adversario » y al « enemigo » y ello porque no genera rédito alguno. Hay una decadencia en este proceder y un sometimiento de lo espiritual a lo material. Supone, en suma, una cosificación de la persona que degrada su dignidad. E Inversamente, la vileza beneficia a cualquier organización que da un paso hacia atrás en la regeneración cívica, asumiendo que sin conceptos morales todo es más asequible. Confrontando una y otra situación, el idealismo nipón se proyecta hacia la eternidad, mientras que el materialismo occidental se proyecta hacia lo efímero.
El idealismo es peligroso por lo que supone de desafío frente a lo comunitario. En el conformismo de la sociedad reside el arte de la gobernación. El gobierno de los mansos. Un conformismo aletargado hace al terror menos violento e ideológicamente menos explícito. Estadio fecundo, puerta de lo pretotalitario. Un clima social enmudecido acaba legitimando en la sociedad cualquier exceso político (Arteta, 2010). Este es el peligro de la falta de libertad de comunicación y de pensamiento.
Hay que callar anímicamente al idealista y destruirlo socialmente: La « solución final ». Opción pulcra, impune, abyecta. Al estilo de las prácticas de « curación » o « reeducación » soviéticas que perseguían distorsionar, debilitar y destruir las funciones mentales de los disidentes. La divergencia fue temida, y se trató de eliminarla con fármacos o con el miedo a los fármacos. En esa práctica se constató un uso abyecto de la ciencia y una degradación médica ignorando su código deontológico por miedo al poder (Levi, 2000) o por su complicidad con él.
La ingeniería del aniquilamiento del espíritu es multiforme. Hoy también se emplea. Es una lucha que tiene un principio y un final siempre con una víctima pero en el que intervienen propios y ajenos. Una sociedad, y más en crisis, necesita de anecdotarios escandalosos para justificar lo que ya está degradado. Poco importa lo autentico, sólo es importante lo accesorio. Lo verdadero es el fundamento de la libertad pero hay miedo a ser libre porque al serlo se asumen obligaciones en una comunidad en donde no existen el bien y el mal como categorías concretas.
Cuando la responsabilidad como concepto moral queda difuminada también lo hace el concepto de honor. Éste es un bien que se refiere a la estimación de la persona en la sociedad y por la sociedad. Tiene un aspecto íntimo y personal, consistente en la estimación personal de su dignidad por ajustar su vida y su conducta a un patrón moral que la comunidad mayoritariamente estima honesto y honrado. Cuando lo mayoritario en la sociedad no responde a esos conceptos sino a otros, todo queda modulado de otro modo, diferente y distinto de lo que ha sido pero que ya no es. Sin honor y sin responsabilidad fácil es constatar lo maleable que resulta la sociedad y con ello cuestionado la esencia misma de la democracia porque como declara Pieter Droist:
« Con demasiada frecuencia, la democracia se ha identificado con los derechos populares, aunque en realidad la democracia se ha levantado gracias a la responsabilidad política y social de todos los ciudadanos. Tanto en lo que se refiere al Estado como a la comunidad de estados, la sociedad democrática, que se basa en el respeto a los derechos humanos de todas las personas y a los derechos naturales de todos los pueblos, sólo puede asegurarlos y mantenerlos cuando la responsabilidad política, económica y social que corresponde a esos derechos, se respeta plenamente […] » .
Más preocupante sea que en el Foro de Davos en enero de 2012 se haya planteado la operatividad de la democracia en un escenario de crisis que exija un gran sacrificio social. Sin duda es la hora del liderazgo y éste sólo prosperará cuando se construya sobre la verdad generosa y no sobre la mentira egoísta.