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jueves, 12 de abril de 2012

Sobre la pretendida civilización: el linchamiento Urdangarin.( 5 min.)






La diferencia entre las sociedades que llamamos «bárbaras» de las que no lo son consiste en el respeto a la dignidad del hombre. Hoy contemplamos los efectos de la falta de valores... El linchamiento a Urdangarin sobre la base de indicios, conjeturas, sospechas … verifica hasta qué punto lo emocional se impone y anula la razón. Hecho que es constatado por la psicología. Y se despoja a una persona de sus Derechos para ser lapidado sin contemplaciones inexistente condena.

Resulta difícil analizar este fenómeno cuando durante años sucede sin mayor repercusión. Los autos «filtrados» de los tribunales poseen, por arte de magia, naturaleza concluyente sobre la culpabilidad del encausado. Al menos, para construir una gradería mediática y aplicar tormento que ya de por sí, es expiación, es condena. 

Castigos sin juicio previo. Dolor. Aflicción. Esto es totalitarismo, supone alienación . Un paso más hacia la deconstrucción de la persona como entidad libre.

Es otro avance hacia el declive de Occidente que se cimienta sobre los derechos del ciudadano frente a la injerencia de otros. Culpables lo somos todos, no cabe mitigar la responsabilidad derivándola a extraños.

 No hay cultura de la legalidad, pero tampoco cultura cívica que la sustente. Si no existe respeto por la persona ¿cómo luego reclamarlo para sí mismo? ¿cómo responsabilizar a otros de la falta de valores que se fomenta dando un crédito inefable a siseos maledicentes?

El auto del Juzgado de Instrucción núm. 3 de Palma de Mallorca de 29 de diciembre de 2011 ordena esclarecer hechos con posible trascendencia penal. No es sentencia condenatoria firme.

Ha sido Kant -con antecedentes en Tomas de Aquino- , quien en su obra Fundamentación de la metafísica de las costumbres , define a la persona como un fin en sí misma.

Su calidad, o excelencia en el ser, remite a esa idea, y por ello, la necesidad de un respeto incondicional. No puede ser usada como medio, como instrumento , a «capricho ».

Su carácter racional la distingue como fin en sí y no como fin para otros o en función de otros. Es por ello que en el caso Urdangarin no distingo entre su persona y lo que representa por su relación conyugal , aunque se deduzca por ello el motivo de tal bullicio .

Derecho al honor, a la integridad psíquica, a la presunción de inocencia y a no declararse culpable. Derecho a defenderse en un proceso público con garantías. Estos son Derechos fundamentales. Que tenemos la obligación de reconocer, como declara el art. 9.1º de la Constitución .

 En un país como España, segundo del mundo con más legislación , extraña que estos sucesos se produzcan; pero se producen. Como dijo Heck, la maldad y la tontería no se deben honrar aunque sean en masa, pero ¿quién es inmune ante la irritación de una sociedad sumida en la desesperanza de un futuro incierto ?

Puede ser noticia, pero de serlo, debería producirse tras una sentencia condenatoria y tampoco estoy muy seguro que junto a una punibilidad criminal deba de sumarse otra gratuita de carácter moral .

El hacerlo prematuramente lesiona un derecho fundamental como es el de defensa. Porque es probable la pesadumbre del acusado al ver comprometida su honorabilidad por altas dosis de publicidad. Que no esclarecen los hechos y sí fomentan tensiones que en nada favorecen el fuero interno del juzgador.

El espectáculo ha empezado. Pan y circo , como en tiempos de Octavio Augusto en el Segundo triunvirato de la Roma imperial. Han pasado milenios y el hombre es incapaz de sustraerse a su instinto predador .

Ya en el s. XVI hubo personas como Montaigne y Erasmo a quienes horrorizaban los excesos de la intolerancia y la hostilidad entre grupos humanos. Hoy todavía causa perplejidad la tiranía contra la persona, o más bien, las arbitrariedades de muchos contra uno . No falta al encausado bravura para lidiar con estos astados . Sólo por ello merece un respeto porque muchos sucumbirían ante tamaña adversidad.

Puede ser inocente o puede ser culpable. El Derecho regula sus consecuencias.

 Pero no cabe olvidar el « quid prodest »: ¿a quién beneficia la polémica? España se está convirtiendo en un enorme interrogante de sucesos trascendentes de su inmediata historia.