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miércoles, 11 de abril de 2012

Por imperativo financiero ( 7 min.)


Por  imperativo financiero ( 7 min.)
©Juan B. Lorenzo de Membiela
Doctor por la UV

Karl Popper  declaró  en Múnich en 1989, la   ficción  que supone  creer que   la democracia es el    « gobierno del pueblo ». Aunque  es deseable  siempre   como sistema político   porque con las elecciones hace posible, al menos, desplazar  un gobierno por otro sin violencia ni derramamiento de sangre. Preferible, además,  a la tesis marxista que defiende   la intensificación de la  lucha para  acelerar la llegada del socialismo (Popper, 1977).  Con la conocida tragedia de quienes quieren imponer « el cielo sobre  la tierra   de los trabajadores  oprimidos »  que no alcanzan si no alienaciones inaceptables propias de un « Estado-policía ».
La vigencia de Popper  y su  teoría, criticada como  « realismo totalitario »,  encuentran acomodo en la actualidad por la concurrencia del « imperativo financiero » .

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        Lo económico   mediatiza la voluntad  del gobierno. Ante un país comprometido por gestiones insuficientes, la insolvencia subordina  la decisión  soberana. Y ello por la imperiosa necesidad de  alcanzar una reputación  cuya falta se arrastra y   agudiza por la crisis globalizada.  

La reputación o fama  como valor infungible despliega toda su importancia en este escenario.   En muchas ocasiones la realidad de los hechos queda tamizada por las percepciones que recibimos. No siempre  lo que se percibe es real y pensar que lo que no se percibe no existe puede ser un error. Pero también a la inversa. Y no sólo en España.

La diferencia entre  esta crisis sistémica y las de 1929  o  1870, es el dominio de tecnologías  que ayer eran inauditas. Entre ellas, la neurociencia  y sus avances en el concomimiento del cerebro  y  el comportamiento humano.

El neurólogo Antonio Damasio ha demostrado el papel de las emociones y los sentimientos  en el comportamiento social (Castells, 2011) . Y con ello  la función   de las emociones  y el pensamiento en la toma de decisiones políticas (Jamieson,1992; West, 2001 y Richardson, 2003) y  económicas. Todo ello  genera un dilema  ético de primer orden, que aún permanece latente, porque  hablamos de    «  influir»  en la persona  sin que sea consciente y por ello sin  valorar su consentimiento. Es la nueva esclavitud que nos aguarda porque rompe  la libertad y la voluntad y se manipula  su integridad moral o integridad psicológica.

Dado que la economía es modulada   en gran parte  por emociones – véase a   Daniel  Kahneman-  muchas veces no racionales, es importante reducir la angustia de la   incertidumbre afianzando esperanzas sobre lo que es  o aparenta ser consistente. Hoy  la solidez o la apariencia de solidez económica   de los países son referentes necesarios  para calmar tormentas financieras o acceder al crédito internacional a un interés bajo o muy bajo.

La urgencia de la intervención  del  gobierno obedece a que España no inspira  solidez o apariencia de solidez  en los mercados internacionales. Es difícil transmitir esa sensación con una tasa de desempleo tan elevada, pero hay responsabilidad de intentarlo  con otros  recursos.

 Las medidas no acordadas  por intereses electorales han ocasionado la caída  de lo propio y de lo ajeno. Frente a una estrategia conservacionista el imperativo financiero deterioró  la solvencia de un país.

Se confirma  las tesis  de que el destino individual y también el prestigio del individuo está definido  en gran medida por el destino y el prestigio de grupos y en nuestra época por el destino y el prestigio de los Estados o naciones a las que pertenece la persona (Norbert Elias, 1985).

Todos somos  perjudicados.

La consecución de esa confianza para evitar especulaciones extremas  y el hundimiento de la  zona euro  ha originado    una cesión de soberanía nacional a organismos supranacionales, en nuestro caso a la UE. En esto consiste la llamada « gobernanza económica »: mayor intervención en las políticas  económicas y presupuestarias,  regulación más estricta  de los agentes financieros  y creación  de un « Mecanismo  Europeo de Estabilidad »  (MEE) a partir de 2013.  

Los   ajustes públicos ya están siendo  aplicados  en España. Sin duda,  la merma de derechos personales  se hará patente en toda Europa. Hoy ya no se habla de « derechos individuales »  sino de « debes individuales ». Hace pocos meses parecía impensable pero ante el abismo del « default  » o quiebra del país, se apela a lo extremo. Conviene no olvidar las medidas adoptadas en 1870 y la situación de los ciudadanos.

 La conjunción entre derechos fundamentales  individuales y Estado de Derecho, por un lado,  y potestad  del Estado para adoptar estrategias económicas, por otro, queda  justificada cuando de razones económicas se trata .

El gobierno democrático, razonaba «  The Economist », no menos que la dictadura debe tener siempre  poderes plenarios « in posse »  sin sacrificar su carácter democrático y representativo. No hay derechos individuales que nunca puedan ser tocados por el Estado. No existe limite al poder de regulación que puede y debe emplear un gobierno libremente  elegido por el pueblo y al que puede criticar una oposición.

El control de la economía lleva aparejado siempre  un deterioro  de los derechos personales y una lesión significativa a la igualdad de las minorías (Hayek, 2006).