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lunes, 22 de julio de 2019

Caducidad de la vida humana (micro-ensayo)


Caducidad de la vida humana  (micro-ensayo)

por

Juan B. Lorenzo de Membiela

En los postres me hizo una confesión que me dejó pensativo:

-Preferiría morirme a ser un viejo demenciado, sin juicio, sin razón, sin sentido.
Fue inevitable pensar en el sufrimiento, en el vivir sin consciencia; una vida sin la vida que consideramos como tal vida.  Fue inevitable pensar sobre el misterio de la existencia. Ineludible recordar a Séneca para quien el final de un sufrimiento es un paso adelante de otro que se avecina.

 Me vino a la mente imágenes de cómo una juventud llena de color y risas puede acabar, no se sabe cuándo, en un coche de ruedas asistido por enfermeros. De cómo andar libremente sintiendo el aire en el rostro, uno queda confinado en una habitación con televisión o radio como única ventana al mundo.

Fuente: Pixabay. Licencia CC0


- ¿Para qué vivir si no puedo valerme por mí mismo?: ¿Si no puedo alimentarme con mis manos, ni oír con mis oídos ni andar sin ayuda? ...me dijo.

No supe qué contestar.

Instalados en un consumismo en donde la calidad de vida se mide por el gasto banal o el gozo artificial causado por lo toxico, pocas respuestas encontramos que justifiquen existencias amputadas por el infortunio o la enfermedad.

¿Es algo tan insoportable afrontar la vejez o el sufrimiento?

Es un tema que hoy, además, está de actualidad en Europa y en países avanzados en donde se intenta poner fecha de caducidad al hombre.

En Bélgica, el 40% de la población se muestra partidaria de «parar» los tratamientos a personas mayores de 85 años (IC, julio de 2019). Paralelamente, la eutanasia legalizada se incrementa progresivamente.

Es paradójico… cuando los medios de comunicación no cesan de informar sobre avances científicos que alargan la vida, con más virulencia penetra la cultura de la muerte.

Y ello puede ser explicado porque no solo se quiere vivir más, sino que se quiere vivir en una constante y frenética juventud, en una embriaguez continua, siendo protagonistas intensos de todo lo que suceda. La imposibilidad de vivir con esa intensidad genera una insatisfacción y decepción radical.

Si no disfruto, no existo.

Un infantilismo impuesto por la perfección estética que se publicita se niega a aceptar los roles propios de la edad. Ya lo dijo La Rochefoucauld en sus Aforismo: «poca gente domina el arte de saber envejecer». Y también hay un motivo en esto. 

El respeto y veneración a los mayores – que existe en otras culturas-  ha desaparecido porque la gente se dedica más a cultivar su cuerpo y practicar ciclismo, skate, roller, BMX, Parkour, longboarding entre otros que a importarles lo que la vida enseña a través de sus ancianos: ¡cuánta miopía ¡ Y luego buscamos en los algoritmos de  la inteligencia artificial respuestas a mil preguntas.

Hay prepotencias que se pagan caras por mucho que se cultive el musculo y por poco que se abone la mente.

¿Solamente el hedonismo es verdadera existencia? Es sorprendente cómo se olvidan los sacrificios que asumieron generaciones pasadas, se olvidan los testimonios de adversidades, la resiliencia frente al sufrimiento, el fracaso, la superación, la abnegación, la ambición por alcanzar metas asumiendo sacrificios…en suma, ser persona ante un mundo que hay que ganarlo.

Fuente: Pixabay. Licencia CC0


Y junto al gozo y placer se inculcan unos mismos parámetros de actuación.  No debe extrañarnos. Se pretende excluir lo propio y autentico de cada persona, por una educación plana, sin aristas, sin márgenes, todo normalizado, maquetado e institucionalizado. 

Si todo es semejante todo tendrá un comportamiento previsiblemente idéntico. No deja de ser una hábil herramienta de manipulación porque de un modo u otro se suprime el libre arbitrio por el miedo a ser distinto a los demás y siempre se teme el rechazo y el consiguiente aislamiento.

El rechazo es una poderosa herramienta de compulsión y el aislamiento, una guillotina social sofisticada, efectiva y limpia.

Pero este mundo feliz sin dolor, sin fracaso, sin metas personales, todo previsto y ordenado, acrítico frente a los poderes, ciudadanos reducidos a súbditos o camaradas sin saberlo. Narcotizados por la tecnología y el deleite tiene contrapuntos que nos devuelven a una realidad que es imperativa y disonante.

Precisamente el sufrimiento es lo que nos recuerda nuestra condición humana, que es frágil y efímera.

Caminando por las calles de cualquier ciudad puede observarse cómo muchas personas se esfuerzan para superar sus limitaciones por la edad, por la enfermedad, por las imposibilidades físicas.

No he visto amargura, ni aflicciones. Tampoco desesperación. He visto ganas de luchar y ganas de vivir.

Sea en silla de ruedas, sea en camilla, la gente se aferra a la vida porque hay cosas hermosas que sentir, ver, oír y paladear. Es hermoso pensar y volar con la imaginación en mil historias, junto a la gente que amas y te aman. Es hermoso que te lean novelas, aunque estés postrado en cama.

Salen a las calles paseados por familiares o amigos y se deleitan de participar en el bullicio de una terraza de verano. Hay grandeza en ello y bravura porque enseña que nadie es diferente, aunque físicamente lo aparenten. La persona es algo más que una corriente y vulgar anatomía.

Se aferran a la vida con decisión como el sediento corre con ansia a una fuente para hidratarse.

No buscan autoexcluirse en una soledad que carcome, sino que buscan interaccionar, buscan el trato amable y la conversación amena.

Esta es la respuesta que me hubiera gustado dar a mi comensal.

 Vivir para vivir, tan sencillo, tan complejo. Con dolor, con problemas, si, pero también con proyectos, aspiraciones y alguna que otra inocente ambición. Es mucho lo que la experiencia enseña y mucho lo que se puede avanzar con ese conocimiento, es eficiencia productiva pura.

Vivir para uno y para los demás. Nuestra existencia testimonia hechos propios y de otros que han depositado mucha esperanza y mucho amor, pero también algunas otras cosas menos afectuosas que no merecen ser defraudadas.

Cosificar a los mayores y negarles toda participación es rechazar toda la  sabiduría que han ido acumulando durante tiempo, tiempo que los más jóvenes carecen e ignoran en su vanidad excluyente.



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