A D. Juan Córcoles Sánchez, jubilado de la Tesorería de la
Seguridad Social de Albacete (articulo homenaje) .
por
Juan B Lorenzo de Membiela
Ex director provincial del INSS y
TGSS
Toda una vida dedicada al
servicio público supone una vida entregada a los ciudadanos. Si, además, el
servicio ha sido eficiente, encontramos a un funcionario ejemplar. Son muchos
años los que ha estado en el servicio público y varios los puestos
ocupados.
Ha vivido un trozo importante
de historia de la Administración del Estado en Albacete que nutre la cultura de la ciudad.
Pero no escribo estas líneas para
elogiar expedientes personales. Vivimos tiempos tan imperfectos que cualquier
perfección invita a la sospecha. Y la simple sospecha en mero indicio y el
inconsistente indicio en verdad suficiente que confina al titular del mérito.
Más allá del formalismo, del documento
oficial, hay muchos matices que dibujan una forma de asumir la vida y un
carácter para resistirla cuando el viento rola de costado. De esto quiero
hablarles. De aquello que es intangible como el valor y de aquello que habita
en el claustro de la conciencia.
Quiero glosar lo que el tiempo olvidará,
porque no se pudo recompensar de otra manera:
bien porque no quiso; bien porque no se pudo. Agradecer una entrega que
fue brillante, sacrificada, doliente y creativa.
Asir, al menos, un «aura leve de recuerdos»
que puedan divisarse bajo el silencio del olvido porque «Quien no participa del riesgo y de la dificultad no puede pretender el
honor y el placer que acompañan a los actos arriesgados […]». Es así. Lo grande
de construir, de dar lo hondo de si, consiste en recordar lo que un día se hizo
para extraños con sacrificio propio.
Y una vida entera dedicada al
servicio implica muchas privaciones. Más, para un hombre como el actual que con
muchas opciones de ocio está impedido de disfrutarlo. La inmediatez, lo
instantáneo, la velocidad de un vivir sin más fin que la velocidad misma poco
puede nutrir al «hombre espíritu» y sí imprimir inercias insuperables al «hombre
máquina».
Años de amistad con Juan me han
permitido averiguar la profundidad de su temple y la transparencia de un ánimo
sin sombra. Descubrir la lealtad aún en la adversidad, el compañerismo en todo
momento y una generosidad en cualquier lugar. Son rasgos que le honran, sin
duda.
La jubilación marca, para muchos,
el final de una vida profesional. El comienzo de un tiempo para el que no hay pruebas
selectivas, ni contrato laboral con periodo de prueba. Muchos no encuentran
sentido a esta nueva situación. Nadie prepara para ello y me parece un error
dejarlo todo a merced del tiempo.
De una pura actividad a otra
total pasividad hay una distancia larga. Demasiado contraste que puede distorsionar
su disfrute. Es la paradoja de la gestión empresarial hoy: personas
comprometidas, tan eficientemente con el trabajo, que se convierten en un «homo
laboris» existencial. Ello excluye al «homo ludens» y con él, la riqueza de la
cultura que es lo lúdico.
La jubilación es tiempo para lo lúdico,
tiempo para la cultura, tiempo para la socialización del trabajador más allá de
las fronteras de su empleo. Y eso, como dijo Heráclito, supone otro sol para
los hombres instruidos.
Conozco a Juan y puedo afirmar
que, en su jubilación, podrá disfrutar de muchos soles que colmarán merecidamente su vida.
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